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SUPERSTICIONES FÚNEBRES

 

Lo que la muerte nos enseña de la vida y viceversa Parte I.

Mi madre me prometió que el espíritu de mi abuela vendría a visitarnos antes de que se cumpliera un año de su partida. Mañana se cumple un año de que Doña Esmeralda, la matriarca de nuestra familia falleció, y mi mamá me ha despertado alegre para que saliera al patio a ver una gran mariposa negra pegada sobre la puerta. “Ya llegó tu abuela”.

No sé si en tu familia pasa lo mismo pero en la mía hay ciertas supersticiones tan arraigadas que es complicado hallarles sentido. Ese es el caso de la fascinación de mi familia con las mariposas negras. La misma Doña Esme creía firmemente que las mariposas negras o Ascalapha odorata como la llaman los científicos, visitaban las casas ya sea para anunciar una próxima muerte o para enviar el mensaje de los fallecidos ansiosos por visitar a su familia.

Aunque yo nunca he sido creyente de esas supersticiones, Doña Esme se encargó de transmitir algunas a mi madre y a todas sus hermanas, por lo que en mi familia no se puede contar el dinero sobre una cama recién tendida, no se deben señalar los arcoíris, y cada vez que hay un eclipse solar las embarazadas deben ponerse un seguro en la ropa a la altura del ombligo. Todas estas raras creencias parecen irracionales, pero hay muchísimas personas que creen en éstas y otras supersticiones, y en parte se debe a cómo el cerebro le pone orden a las cosas.

Los seres humanos no son los únicos animales que tienen supersticiones. En los años cuarenta el grupo de investigación del psicólogo Frederich Skinner observó que las palomas a las que estaban tratando de entrenar empezaron a tener conductas muy raras. Se trataba de ocho palomas, cada una en su propia jaula. Las jaulas estaban adaptadas para que cada diez minutos se liberara una pequeña porción de comida a las hambrientas palomas. Imaginen a la paloma número uno, que mientras estaba tranquila con la mirada hacia el techo de su jaula, cayó comida en su alimentador.

La paloma fue a comer agradecida por haber obtenido alimento. Pero como es muy lista, desde ese momento volteó a ver el techo cada vez que quería comida, lo hizo una y otra vez hasta que después de cierto tiempo viendo el techo (diez minutos por ejemplo) volvió a oír la comida caer. Podemos imaginarla pensando satisfecha “Ya sabía yo que viendo el techo me iban a dar comida”.

Lo mismo pasó con la paloma número dos, sólo que ésta no recibió comida mientras veía el techo, si no que a ella, casualmente, le tocó recibir el alimento mientras estaba aleteando. La paloma número dos relacionó la comida con su aleteo, por lo que empezó a aletear más para saciar su hambre. Si vemos a la paloma tres, en lugar de ver el techo o aletear, ella movía la cabeza de lado, mientras que la número cuatro se acicalaba el lado izquierdo de su cuerpo y así, cada paloma relacionó su comida (que aparecía de manera constante cada diez minutos) con una conducta totalmente aleatoria, y que en cada caso fue diferente. Skinner llamó a esto conducta supersticiosa.

Para nosotros es obvio que ni el acicalarse el ala izquierda ni ver hacia el techo provocaban la entrega de comida en los comederos, pero las palomas lo creyeron firmemente, ya que cada una de ellas no dejó de hacer esa misma conducta una y otra vez hasta que, pasados los diez minutos aparecía la comida.  ¿Son tontas estas palomas haciendo conductas azarosas para obtener comida que ya de por sí iban a obtener? No necesariamente, pues lo mismo nos pasa a los humanos.

El cerebro es una herramienta que ha ayudado a muchos animales a sobrevivir en un ambiente que está cambiando todo el tiempo. Y esto es gracias a que nos permite memorizar y aprender las características del entorno que nos permitan obtener alimento y refugio de los depredadores así como del clima. Cualquier clave o pista que nos de la naturaleza para conseguir cosas útiles para sobrevivir es sumamente valiosa.

Imaginen un primate que en algún momento de su vida ha visto a algún compañero ser atacado por una serpiente, quien tiempo después muere víctima del veneno, lo más lógico para el animal es conectar ambos eventos: la mordedura de la serpiente y la posterior muerte de quien fue mordido. Este primate ahora le temerá a las serpientes, aún a aquellas que no son venenosas ya que detenerse a averiguar si una serpiente posee veneno o no, no es una estrategia útil para la sobrevivencia. En la adversa naturaleza la mejor estrategia es aprender rápido, por lo que nuestro cerebro opera bajo la lógica de “apréndelo y luego preguntas”.

El problema viene cuando lo que aprendemos son meras coincidencias, como en el caso de las palomas. Pero puede que lo mismo haya ocurrido con mi familia y las mariposas negras. La Ascalapha odorata, al igual que otras mariposas de hábitos nocturnos no es muy agraciada si a colores nos referimos, pero lo que las hace destacar es el gran tamaño que pueden alcanzar. Pueden medir hasta 18 cm de ala a ala, por lo que difícilmente pasan desapercibidas cuando, al buscar frutos que comer, quedan atrapadas en las paredes de alguna casa.  Son animales estacionales, es más común ver mariposas adultas en los meses de agosto a noviembre, los meses anteriores al invierno.

Una hipótesis del origen de la superstición es que las personas comenzaron a relacionar el aumento de estos animales con la llegada de las épocas más frías y difíciles del año, por lo que le empezaron a atribuir la característica de augurio de mala muerte. De todas las mariposas que llegan a quedar atrapadas en casas, puede que algunas hayan tenido la mala suerte de quedarse en la casa de alguien que próximamente iba a morir. Fue una mera coincidencia, de esas que le encantan a nuestro cerebro y por ende las relaciona automáticamente, aún si los eventos no tienen nada que ver.

Esas pocas coincidencias han sido suficientes para que muchas culturas asocien a esta mariposa como mensajera de la muerte, y es justo lo que ocurrió esa mañana en que mi madre halló esa mariposa negra posada en el patio de la casa. Curiosamente mi abuela falleció en octubre, en la época en que el número de mariposas aumenta en casi todo el continente americano. Una coincidencia, pero si al cerebro le decimos que ni las mariposas ni la muerte están relacionadas de ninguna manera, el cerebro nos diría en tono jactancioso al mismo tiempo que cruza los brazos: ¡Uy, qué casualidad! ¿No?

Si para los primates ha sido de gran ayuda evadir serpientes a toda costa, en el ambiente que nos toca vivir a los humanos actuales esta forma de organizar nuestro mundo ya no es del todo beneficiosa, pues hemos logrado relativa estabilidad en nuestro ambiente directo. Algunas de esas estrategias de aprendizaje y comportamiento se han convertido en los llamados sesgos cognitivos, que son errores en la interpretación del mundo que nos llevan a sacar conclusiones distorsionadas. Uno de esos sesgos es el de confirmación.

El sesgo de confirmación ocurre cuando sólo prestamos atención a aquello que confirma nuestras creencias. Tomen por ejemplo a las personas antivacunas. Parte del movimiento antivacunas se basa en la idea de que aplicarles vacunas a los niños los pone en riesgo de padecer autismo. Aquí opera el principio de coincidencias. Casualmente la edad de aplicación de las vacunas coincide con la edad en que se suele diagnosticar el autismo y trastornos del neurodesarrollo. Pero además entra en acción el sesgo de confirmación.

Los padres antivacunas sólo harán caso a la evidencia que confirme sus creencias. Así exista un millón de casos en donde las vacunas no tuvieron efectos negativos en los niños, sólo le pondrán atención a un caso en donde la vacuna y el diagnóstico de autismo ocurrieron uno después de otro. Toda la demás información tiende a omitirse pues va en contra de sus hipótesis.

El mismo sesgo de confirmación lo tenían las palomas supersticiosas. Una paloma pudo haber agitado las alas 30 veces sin recibir comida, pero con una vez que coincidiera el aleteo con la comida era suficiente para omitir los treinta intentos anteriores. Eso también aplica cuando coincidentemente la gente se cura con homeopatía, y explica por qué los terraplanistas niegan las numerosas evidencias de que la tierra no es plana. Nuestro cerebro es muy necio.

El sesgo de confirmación también apareció en mi madre. Ya otras veces durante el año habían aparecido mariposas negras en la casa, pero para ella sólo fue relevante esa mariposa que apareció cerca del aniversario luctuoso de su mamá. Además no es la única casa donde han aparecido mariposas, en la casa de los vecinos también ha aparecido una mariposa negra. Nadie ha muerto en esa casa y como dudo mucho que Doña Esme haya querido visitar también a los vecinos, no me queda más que pensar que nada de esto está relacionado.

Después de contarle a mi madre todos estos argumentos,  el por qué yo  no creía en la superstición familiar de las mariposas negras, me dirigió una mirada tristemente amorosa y me dijo: “Podrá ser superstición, pero es bonito pensar que tu abuela tiene ganas de venir a vernos”.

Mariposas y molinos, Salvador Dali

 

Referencias

El ser humano es un extraordinario detector de serpientes

https://www.scientificamerican.com/espanol/noticias/el-ser-humano-es-un-extraordinario-detector-de-serpientes/

Qué es la superstición. La psicología de la conducta supersticiosa

https://blog.cognifit.com/es/que-es-supersticion-psicologia-conducta-supersticiosa

Mariposa maldita

http://www.ngenespanol.com/fotografia/lo-mas/11/09/21/mariposa-maldita-vida-salvaje

Naturalista

https://www.naturalista.mx/taxa/61503-Ascalapha-odorata

 

Autor

Juan José F. Valdiviezo es egresado de la Facultad de Psicología de la UNAM con amplia experiencia en divulgación de las neurociencias. Actualmente trabaja en investigación con pacientes consumidores de drogas y niños con problemas cognitivos. Es amante de la ciencia ficción.

Ilustración 

Linda Soley Silva

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SIN POPOTES, SIN EXCUSAS Y SIN DEJARSE VENCER

–Hacía tres meses que no venía a este lugar– me dijo Maité mientras esperábamos mesa.

Era un lugar en el centro de la ciudad de México que se había hecho popular por la música que ponían de jueves a sábado (salsa, chachachá, timba y bolero); acostumbrábamos ir al menos una vez al mes y bailábamos como nos daban a entender las piernas. Casi siempre evitábamos las bebidas alcohólicas y nos limitábamos a tomar agua para durar más tiempo en la pista, procurábamos bailar siempre apartados de las demás parejas y, siendo justos, no creo que lo hiciéramos tan mal.

Diría que ella y yo éramos más amigos que pareja, nos llevábamos bien y podíamos mantener pláticas bastante amenas cuando estábamos juntos, eran conversaciones tranquilas y sin ninguna aspiración intelectual o sin ningún tipo de prejuicios. Podíamos hablar de la serie que nos gustaba, comentar las cosas que nos preocupaban, el qué haríamos de nuestra vida, los problemas que teníamos en la cabeza o simplemente especular sobre si llovería o no.

Por aquellos días me mantenía de pequeños trabajos que me salían de vez en cuando, principalmente me sostenía de dar clases particulares. De manera general, la vida no me estaban saliendo tan bien como esperaba pero ahí iba, como reza el dicho: una de azúcar por dos de sal.

Ella tenía un trabajo de oficina de medio día que no le agradaba mucho pero que le ayudaba a mantenerse; había estudiado música (tocaba la trompeta, especialmente ritmos cubanos) y aún no lograba concretar el proyecto de fusión cubana que estaba llevando con algunos compañeros de escuela.

Ahí la íbamos llevando, un día después del otro, sin dejar que la realidad acabara con nosotros y poniendo el cuerpo en todo lo que hacíamos, sin excusas y sin dejarse vencer.

En una ocasión, mientras daba clase de trigonometría a un grupo de secundaria, una niña levantó la mano, y sin esperar a recibir la palabra dijo:

–Profesor, ¿sabía usted que los humanos estamos acabando con el planeta?

Me quedé un poco sorprendido por su pregunta tan fuera de lugar, aunque, pensándolo bien, no debí extrañarme, desde hacía rato la niña estaba atenta a una revista mientras yo enseñaba el teorema de Pitágoras. Y siguió:

–No es que no me importe el teorema, bueno, un poco sí, porque estoy segura que nunca en la vida lo voy a necesitar, pero es que además yo ya me lo sé.– Y lo empezó a recitar de memoria–. La suma del cuadrado de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa, y ya, es así de fácil y poco importante. Lo que sí es importante es que nuestro planeta se está muriendo, mire.– Desde su lugar levantó la revista que estaba leyendo, en la imagen que mostró se veía un caballito de mar que se sujetaba con su cola un cotonete [1].

No supe que contestar. Apresuré un poco la clase de trigonometría y media hora antes de terminar la sesión le pedí la revista y leí a todo el grupo la noticia con la imagen del hipocampo.

Ese día aprendimos que los humanos tiramos cantidades enormes de basura y una gran parte de ella es plástico que termina en el mar. Conforme pasa el tiempo, el plástico se desintegra, pero desintegrarse no es lo mismo que desaparecer, es algo más parecido a fragmentarse, entonces una bolsa de supermercado que se desintegra es una bolsa de que se convierte en cientos de pequeños trozos de plástico microscópico. Estos trozos diminutos y cualquier otro fragmento de plástico de un tamaño menor a medio centímetro forman el ejército de los microplásticos, un conjunto enorme de plásticos microscópicos que se mueven con las ondas marinas.

Pero la cosa no terminaba en la enorme mancha de microplásticos flotando en el océano, esa masa de microplásticos estaba sirviendo como alimento para los animales marinos. Un alimento que claramente no cumple ninguna función nutricional, llena los estómagos de peces, mamíferos y aves, y evita que sus alimentos reales los nutran, comprometiendo su supervivencia.

Es día al salir de la escuela me había quedado de ver con Maité, teníamos planeado comer juntos en un restaurante cerca de mi casa y después la acompañaría a comprar una nueva boquilla para su instrumento. Durante la comida y mientras caminábamos a la tienda de música, comentamos lo que había leído en clase. Pensamos en todas esas cosas que hacíamos a diario y notamos que todas en mayor o menor medida afectaban nuestro planeta y a los seres vivos que lo habitan. Nos dimos cuenta que sabíamos muy poco sobre el tema y al llegar a casa hicimos una ligera búsqueda en internet.

Leímos que cada año, entre cinco millones y trece millones de toneladas de plástico fluyen hacia el mar, y se ha encontrado el micro plástico presente en al menos ciento catorce especies acuáticas [2]. Vimos también muchas imágenes de animales marinos y aves muertos en las costas o flotando en el mar, la mayoría de ellos con el estómago lleno de basura o envueltos en bolsas o botellas. Encontramos  imágenes de playas llenas de plástico mezclado con la arena; también encontramos la imagen del hipocampo que se sujetaba al cotonete, la misma de la revista que leímos en clase. Junto a la imagen se leía:

Para sortear las corrientes marinas, los caballitos de mar se aferran a hierbas marinas y otros desechos naturales a la deriva. En las aguas contaminadas frente a la costa de las isla indonesia de Sumbawa, este caballito de mar se ha aferrado a un aplicador de algodón” [1]

Sentimos impotencia y culpa, no sabíamos cómo asumir nuestra responsabilidad. Claramente el acto individual de no consumir popotes, o de llevar nuestras propias bolsas al mercado no estaba teniendo el impacto que nosotros creíamos; era obvio que a pesar de que nosotros dejásemos de usar popotes, la industria del popote continuaba haciendo popotes y que los supermercados se seguían llenando de bolsas de plástico. Día con día podíamos comprobar que en los restaurantes y fondas se seguían usando recipientes de unicel y vasos desechables.

El final de ese día nos encontró bastante inquietos, no teníamos sueño. Fue ahí que decidimos salir, ver gente, dejarnos la frustración moviendo el cuerpo. Y así, mientras esperábamos a entrar al local ella me dijo:

–Hacía tres meses que no venía a este lugar, me recuerda mucho a mi hermano mayor y no sé por qué. Quizás sea por su alegría y sus ganas de vivir cada momento.

Yo había tratado al hermano de Maité solo una vez, habíamos ido a verlo jugar un sábado hacía ya más de tres meses, jugaba béisbol en una liga independiente los fines de semana y entre semana pasaba sus días entre libros de cálculo y alumnos de universidad.

Cuando Maité me hablaba de él se notaba que sentía un profundo respeto y un gran cariño:

–Se le va la vida en enseñar, deberías verlo cuando da clases, siempre sonriendo y siempre intentando dar su clase de la mejor manera posible; sus alumnos son todo para él.

Cuando acabó el partido que ganaron gracias a un home run que él logro conectar en la novena entrada, poniendo el marcador final seis a siete, a su favor fuimos a su casa a comer y platicar. Aquel día me di cuenta de su gran convicción, creía firmemente en las causas sociales y siempre estaba dispuesto a ayudar. Parecía que nunca se cansaba, y esa alegría tan única la lograba transmitir a todos.

A pesar de que no recuerdo mucho de todas las cosas que hablamos ese día, aún conservo en la memoria algo que nos dijo al final, casi como anticipando lo que le iría a ocurrir, con la esperanza de que transmitiríamos su mensaje:

«Debemos volver a pisar las calles, debemos soñar un mundo mejor; alzando los puños al aire politizaremos el dolor. Construiremos nuevas realidades siendo partícipes y no solo espectadores» [3]

Unos días después de esa visita no volvimos a saber nada de él, simplemente desapareció o lo desaparecieron.

Desde ese día Maité no volvió a ser la misma, dejo de hacer muchas cosas que le gustaban, hablaba poco y se notaba que cargaba un gran peso en su interior. No encontraba la manera de ayudarla y solo me limitaba a estar ahí, con ella. En una ocasión, a casi un mes después de la desaparición, me dijo:

–Creo que así pasa con las pérdidas, son lo que son y no hay manera de volver el tiempo atrás; él ya no está, pero sigue presente mientras no lo olvidemos. A eso se reduce: a no olvidarlo e ir viviendo un día después de otro.

Así, bailando toda la noche, dejamos las tristezas y preocupaciones en el salón y de alguna manera supimos que nada volvería a ser igual; no podíamos seguir siendo indiferentes a lo que nos rodeaba.

Comprendimos que la solución no se encontraba en el acto individual de no usar popotes, que tampoco está mal hacerlo, pero no era suficiente; el cambio debería venir a partir de una trasformación total de la realidad. Eso implicaría cambiarlo todo y, así como en el baile, en la vida misma había que poner el cuerpo, sin excusas y sin dejarse vencer.

Ilustración: Bill Mayer

 

Referencias bibliográficas:

[1] Fotografía tomada por Justin Hofman. (2018, Junio). Plástico. National Geographic. Vol. 46 Num. 6. Pag. 35

[2]   Parker, L. (2018, Junio). Plástico. National Geographic. Vol. 46 Num. 6. 28-65

[3]   Línea perteneciente a la canción “Cambiarlo todo” de la banda española Riot Propaganda.

 

Autor 

Luis A. Hernàndez Canales. Egresado de la Facultad de Química de la UNAM. Creador de contenidos en la Bombilla. Estudiante de Química en la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Diseño

Lina Lucía Romero Salas desde pequeña tuvo inquietud por estudiar artes y al terminar esa licenciatura decidió realizar una segunda licenciatura en biología ya que siempre le llamo la atención la naturaleza. He realizado ilustraciones para distintos laboratorios y actualmente da un taller de artes plásticas a niños de primaria