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Se llama tungsteno, pero le dicen wolframio

Ella nos contó que su única relación con el Tungsteno se debía a que durante sus cursos de preparatoria había leído una novela del autor peruano César Vallejo del mismo nombre. Esta novela le impresionó tanto, que años más tarde decidió enfocarse en el estudio del realismo socialista.

Ella nos contó que su única relación con el tungsteno se debía a que durante sus cursos de preparatoria había leído una novela del autor peruano César Vallejo del mismo nombre. Esta novela le impresionó tanto, que años más tarde decidió enfocarse en el estudio del realismo socialista.

–Sí, mira –me dijo– el realismo socialista es una corriente estética que usa el arte para un fin específico: hacer del conocimiento público los problemas sociales que enfrentamos a diario. Por ejemplo, –continuó, mirándome a los ojos– este tipo de expresión artística fue muy usado por la Unión Soviética, los pintores de esa época representaban a campesinos alegres y musculosos, trabajadores de fábricas y granjas colectivas. Con este tipo de pinturas extendían el mensaje socialista y se enaltecía a la clase trabajadora, además de reflejar la vida y lucha del proletariado.

Yo, interesado en lo que nos estaba contando, pero también un poco para impresionarla, le pregunté si los muralistas como Siqueiros y Diego Rivera podían ser considerados como promotores de este tipo de corriente estética en nuestro país. Ella contesto que sí, de hecho, en la mayoría de los murales realizados por ellos se nota el compromiso social y un marcado discurso socialista.

Esta plática tuvo lugar durante la comida en uno de los muchos establecimientos que se encuentran fuera de la Universidad. La razón de que yo estuviera ahí era, por supuesto, la comida, y también la reunión con mis colegas pues discutíamos la posibilidad de trabajar con el tungsteno en la investigación que estábamos llevando a cabo en el laboratorio.

–El hecho de que el tungsteno sea un posible candidato para trabajar –dije, tratando de inclinarme ligeramente hacia ella– es que actualmente lo usamos en objetos del día a día. Sin ir más lejos, la pantalla de tu smartphone contiene este metal, y también es responsable de que vibre cuando entra una llamada.

Para ser sincero, mis conocimientos sobre el metal terminaban ahí, y es por eso que antes de la comida había hecho una revisión rápida a varios artículos. Los llevaba impresos y perfectamente engrapados para poder revisarlos entre todos.

Repartí las hojas entre mis colegas y después de pedir un americano con pastel para acompañar, nos dedicamos a leer en silencio y tomar anotaciones de los datos que nos pudieran servir o que nos parecieran interesantes, y así poder construir un plan de trabajo.

–Miren –dijo el más joven de nosotros­– aquí dice que los filamentos de tungsteno fueron muy útiles durante el siglo XX ya que se usaron en los focos. Aunque también se menciona que este tipo de focos resultan más útiles para producir calor que luz.

–Ah sí –lo interrumpió el mayor del grupo–, me imagino que todos hemos visto ese uso como calentador sin haberle prestado demasiada atención. ¿Se han dado cuenta que, en los mercados, las vitrinas donde guardan el chicharrón de cerdo tiene focos?

–Es cierto –respondió el más joven–. En ese tipo de focos, el 97 por ciento de la energía que genera se pierde en forma de calor. Bueno, tampoco es que estos filamentos sean inútiles pues son capaces de generar rayos X y sirven para obtener radiografías.

–En este otro artículo –dijo ella– leí que también se usa en microscopios electrónicos, en la construcción de barcos, aviones y puentes.

–¿Ven? –comenté yo– les dije que este metal se encuentra en nuestra vida diaria. En este texto mencionan que el origen de su nombre proviene del sueco tung sten o ‘piedra pesada’. Y es piedra pesada porque es casi tres veces más denso que el hierro y dos más que el plomo.

–¿Entonces fue descubierto en Suecia? –me preguntó el más joven.

–Descubierto como tal, no –dije–. Fue el mineralogista sueco Axel Fredrik, descubridor del Níquel, quien intuyó su existencia y lo reportó en su libro Ensayos de Mineralogía en 1758. Fue casi veinticinco años después que los químicos españoles Juan José y Fausto Delhuyar lograron sintetizarlo y ellos fueron quienes lo nombraron como wolframio.

–¿Y saben para que más sirve?– continuó ella– es usado en la construcción de balas y para un tipo especial de misiles que funcionan sin explosivos.

­­–Es cierto –dijo el mayor– ese tipo de misiles son usados en el llamado bombardeo cinético, básicamente es disparar lanzas de tungsteno. Por la increíble velocidad que alcanzan, pueden penetrar acero y causar una devastación aterradora.

Al escuchar el uso de este metal para fines bélicos, me puse a pensar en una cruda realidad: muchos de los avances tecnológicos alcanzados gracias a la química han sido aprovechados en la guerra.

Esto hizo que me perdiera en mis pensamientos por un momento. Mientras mis compañeros seguían enumerando datos acerca del wolframio, yo no podía desprenderme de esta idea. Sin pensarlo, interrumpí la plática y la expuse.

Un poco desorientados, callaron por un momento y empezaron a pensar al respecto. No sé cuánto tiempo estuvimos en silencio. La responsable de romperlo fue una mujer misteriosa próxima a nuestra mesa quien se inclinó y dijo:

–Disculpen que interrumpa –dijo– pero desde unos minutos escucho su plática y creo que lo que dices sobre la química al servicio de la guerra es cierto. Sin embargo, me parece que estas exagerando un poco. Es decir, yo soy estudiante de arte y con lo que sé de química puedo decirte que esta ciencia ha sido muy benéfica para la sociedad. No sé, por ejemplo, la invención de la píldora del día siguiente ha salvado muchas vidas. O el uso de nuevos tratamientos en la lucha contra el cáncer.

–Si, –contesté yo– tienes razón, pero es que el ser humano ha usado la química para crear muchas atrocidades. Piensa en el gas mostaza, un cloroetilsulfano que se usó durante la Segunda Guerra Mundial. Este gas lo echaban en poblaciones civiles indiscriminadamente.

–Es verdad– completó mi compañera haciendo una mueca de visible desagrado– ¿han visto fotos de los estragos que hace en el cuerpo humano esa sustancia?

–O la bomba atómica… –susurró el más joven mientras bajaba la mirada hasta detenerla en su taza de café ya fría.

–Quizás no deberíamos verlo en blanco y negro –respondió la artista–  sino como una gama de grises. Es decir, sabemos que esta ciencia ha favorecido el progreso de la guerra, pero como les mencionaba antes, también ha servido para muchas otras cosas positivas. Yo creo que el problema radica en las personas que especulan con nuestro futuro, las que tienen el poder de elegir el futuro de los países…

Se interrumpió de pronto. Tuve la impresión de que se contuvo al decir algo.  Súbitamente cambió el giro que estaba llevando la charla y comenzó a hablarnos sobre su acercamiento al tungsteno a través de un libro, después nuestra conversación dejó de estar en el plano de la química para dar paso a la literatura. Hablar de arte nos calmó un poco y tuve oportunidad de conocerla mejor.

Esa ocasión no fuimos capaces de llegar a una conclusión, sin embargo tuvimos la oportunidad de aumentar nuestra visión de la ciencia y la manera en que ha servido a la sociedad. Tampoco continuamos la investigación del tungsteno, y no fue por falta de ganas o planeación, sino porque no aprobaron nuestro proyecto y no tuvimos los fondos suficientes para costearnos la investigación.

Autor:

Luis H.C

Creador de contenidos en la Bombilla. Estudiante de Química en la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Ilustración:

Jorge Cruz Sánchez.

Egresado de Artes Visuales de la FAD de la UNAM. Cursé talleres de pintura, animación, y tecnología digital y arte. Mi rango de trabajo comprende desde la abstracción hasta la ilustración científica, desarrollo y diseño de personajes para cómic, caricatura y conceptualización del lenguaje visual.