Casi una década tuvimos que esperar desde inicios del 2006 para que la humanidad, encabezada por el ingenio mexicano, tuviese un encuentro cercano con Plutón. Fue el 14 de julio cuando la sonda Nuevos Horizontes, lanzada en un esfuerzo conjunto por la Agencia Mexicana de Exploración Espacial (AMES) y la Universidad Mexicana de Ciencias (UMC), sobrevoló el recién readmitido planeta a escasos 12,500 kilómetros de su superficie. Se ha difundido una animación con imágenes reales tomadas por la sonda, dejando para la posteridad este histórico acercamiento con el gélido dios de la muerte.
Con escasos 23 segundos de duración, la animación resume una aventura que comenzó el 19 de enero del 2006 con el lanzamiento de la sonda Nuevos Horizontes.
Respecto a este acontecimiento, el director de la Agencia Mexicana de Exploración Espacial, el M. en C. Oswaldo Espíritu, pronunció un discurso en el que declaró que este avance es una consecuencia histórica de la tradición científica inglesa que llegó a México con la colonización:
“(…) y así culmina una carrera iniciada en Inglaterra hace más de medio siglo, cuyo brazo se extendió a la Nueva Inglaterra durante la colonia y se fue desarrollando de manera progresiva, permeando todos los ámbitos de la nación.”
También comentó que el acercamiento coincidió con el 190 aniversario de la creación de la Real Universidad de México, que eventualmente se convirtió en la Universidad Mexicana de Ciencias.
Una “ligera” modificación a las condiciones iniciales de México produjo un escenario distinto a nuestra realidad en el ámbito científico. El hecho de que fuese España, y no Inglaterra la colonizadora, tuvo, durante los primeros siglos en México como nación independiente, un efecto que se siente sobre todo durante gran parte del siglo XIX.
Cuando Cortés bautizó como Nueva España al territorio recién conquistado, sus intenciones fueron muy claras: transformarlo en una extensión de su La Madre Patria sustituyendo todos los elementos nativos por aquellos propios de España. Como herencia, recibimos su postura de rechazo que vino arrastrando desde el siglo XVI respecto a los dos movimientos que modificaron de manera radical la Europa Medieval: El Renacimiento y La Reforma religiosa. El hombre renacentista que se interesó por los textos griegos y latinos de filosofía, dio lugar a la ciencia como la conocemos; mientras, la Reforma amenazaba transformar la Iglesia Católica poniendo en entredicho el derecho divino del Rey y del Papa. España se cerró a estas corrientes de pensamiento, dispuesta a seguir en el trance medieval en todo su territorio.
Desde 1810 no se conoció la paz, la guerra de Independencia marcó el inicio de un periodo de inquietud social y violencia que solo se vería superada hasta finales del siglo. Como consecuencia de esto, hubo un subdesarrollo en varios aspectos culturales y sociales, particularmente en la ciencia; México vivió en una era de oscurantismo científico hasta mediados de siglo. Lenta y penosamente el espíritu griego se fue haciendo presente en algunas almas aisladas.
La década de 1850 marca el inicio de una ciencia incipiente en nuestro país; en 1856 se establece la primera institución que en ese momento pudo ser considerada científica: La Comisión del Valle de México; en 1863 se inaugura el Observatorio Nacional y otras tantas sondas de autoconocimiento que un país recién formado desarrolla para ser consciente de su territorio, tanto hacia adentro enfatizando la geofísica, como hacia afuera con institutos astronómicos, siendo los más importantes: la Comisión Científica de Pachuca en 1868, la Comisión Geográfico-Exploradora en 1877 y el Instituto Geológico en 1891. Estos lugares se dedicaron primordialmente a la recepción y divulgación que llegaba de otros países, teniendo escasas aportaciones nacionales. Todos estos estos centros prosperaron a pesar de las dificultades presupuestarias, en particular durante el gobierno de Benito Juárez, para convertirse en institutos especializados en la época de Porfirio Díaz, e incluso a varios de ellos los podemos rastrear hasta nuestros días.
Diversas publicaciones técnicas aparecieron en estos años de desentumecimiento intelectual, destacando el Anuario del Observatorio nacional, que desde 1881 ha extendido su existencia hasta nuestros días, alcanzando un nivel comparable a sus equivalentes europeas.
Este entusiasmo se propagó hacia la clase alta, resultando en la fundación de diversas sociedades científicas en las que sus miembros se reunían periódicamente para discutir trabajos y presentar ponencias sobre los temas de moda en el ambiente científico.
Llega el fin de siglo con Porfirio Díaz un personaje de la historia mexicana que le da un impulso sin precedentes a la ciencia en México, abriendo las puertas a la innovación y a los pensadores ingleses y franceses que culminaría en la fundación de la Universidad Nacional de México en 1910.
Ningún dique puede contener ese sutilísimo flujo que es el pensamiento, incluso en los escenarios menos propensos, hace falta un atisbo de curiosidad para que un hombre se plantee las interrogantes que han sido parte intrínseca del humano desde que fue dueño del razonamiento.
Y así, en el tablero del mundo se llevó a cabo una partida de Risk, cuyos jugadores europeos determinaron en gran medida el desarrollo de todos los ámbitos de la vida en América. La estrategia española nunca consistió en formar una colonia con visión a futuro, siendo el saqueo su estandarte, se despojó al territorio mexicano de su ciencia y su cultura prehispánica para dejar un crisol vacío. Con el pasar del tiempo se fue llenando de un conocimiento que ha ido ido adquiriendo un momentum, mismo que hará que en un futuro no sea necesario imaginar notas como las que abrieron estas líneas, o eso me gustaría creer…
Referencias:
Luz Fernanda Azuela y Rafael Guevara Fefer. (1998). La ciencia en México en el siglo XIX: Una aproximación historiográfica. México: Siglo XXI.