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LE HAN ROBADO EL CORAZÓN

LE HAN ROBADO EL CORAZÓN

Después de comer el señor Quiroga se iba a su bar favorito, se había acostumbrado a visitarlo por un pan especial que vendían y por lo cerca que quedaba de su casa. Solo tenía que caminar un par de calles y meterse a un callejón un poco escondido que desembocaba en la puerta del bar. Bajo el rotulo neón, en el que se leía el nombre del local, tenía que forzar la puerta de madera que, hinchada por las lluvias acumuladas, mostraba destellos de un color verde con la madera podrida. El ejercicio de entrar representaba para el señor Quiroga un esfuerzo mayor que para cualquier otra persona, el solo hecho de hacerlo lo cansaba y tenía que sentarse en un banco cerca de la entrada antes de acercarse a la barra.

—Debería cambiar esa puerta Martín, me tengo que pelear con ella siempre que quiero entrar. 

—Ya sé, discúlpeme, las cosas no van bien con las ventas, me subieron los precios de algunos productos y tuve que posponer un par de reparaciones que tenía planeadas. Incluso llegué a considerar que Noelia dejara de tomar las sesiones con usted, pero a ella le sirven mucho y le ha tomado cariño también. 

—Ya le había dicho que no hay problema por los pagos de las clases, usted sabe que lo hago más por tener una ocupación que por el dinero, además, me gusta venir aquí en las tardes y platicar con usted, a mí ya me toca estar solo en casa, tampoco me van bien las cosas en realidad, pero estar aquí me distrae de estar encerrado pensando en mi mujer todo el tiempo… Pero, no le quito más el tiempo, si quiere llame a su hija y empezamos a estudiar, me dijo que tenía un examen el viernes y quería repasar unas cosas. 

—No se apure, acabamos de llegar de la escuela, subió un momento a su cuarto, me dijo que quería enseñarle algo antes de que empezaran. Pero venga, siéntese aquí en la barra. Ya sabe cómo es ella, conociéndola, seguramente se encontró con algo que llamó su atención y le va a tomar un tiempo recordar que debe bajar a la clase. ¿Le sirvo lo de siempre?

—Sí, y deme uno de esos sangüichitos que tiene allá atrás, ¿están buenos?

—Son buenos, los hago yo mismo; puedo meterlo al horno para que le sepa mejor. 

Era un pequeño bar de familia, había sobrevivido al crecimiento de la ciudad y se encontraba casi consumido por edificios departamentales y oficinas de tiempo completo. El barrio donde se ubicaba no era peligroso y conservaba un par de reliquias raras en estos días; aún se podía encontrar uno con caras conocidas en la calle, saludarse con un “buen día” y ser correspondido. 

El bar lo había iniciado el padre de Martín, que trabajó como ingeniero en sistemas por más de treinta años y cuando tuvo oportunidad de conseguir el local no lo pensó mucho. Junto a su esposa manejaban el negocio. Se abría temprano para servir el desayuno, que siempre incluía un café americano cargado. Por la tarde se servía comida corrida y en las noches se tomaban cervezas o malteadas. 

Desde niño, Martín ayudaba en lo que podía en el local. Iba a la escuela en las mañanas y por las tardes ayudaba a limpiar las mesas o servir la comida. Al principio lo hacía de manera esporádica, cuando no tenía mucha tarea, pero cuando iba en la preparatoria comenzó a hacerlo de manera permanente. Tomó esta decisión por dos razones, en principio no le interesaba mucho continuar con una carrera universitaria, no se le dio mucho eso de estudiar; pero también quería que sus papás descansaran, que ya vivieran tranquilos después de una vida de trabajo.

—Y, ¿cómo están tus papás?, me parece que la última vez que los vi fue antes de año nuevo. 

—Están bien, gracias, ayer hablé con ellos. Es gracioso porque siempre que les llamo insisten en que les envíe a Noe con ellos unos días; que diga en la escuela que está enferma y que se las mande de vacaciones. Creo que la consienten demasiado, esos dos,  o a lo mejor se sienten algo solos, no lo sé. 

Los papás de Martín regresaron al pueblo donde habían nacido, tenían una pequeña casa ahí y les gustaba porque era tranquilo y estaba cerca de la playa. Al pasar el local a manos de Martín, tomó la ayuda de un amigo de la familia para que lo apoyara en la cocina y él se encargó de las tareas del tipo administrativas, ver que no hiciera falta nada en el lugar, de mantenerlo en las mejores condiciones posibles y hacer los pagos. Con su amigo cocinando, el sabor de la comida sí cambió un poco. Algunos clientes habituales lo resintieron pero otros más no, incluso se ganaron algunos nuevos comensales.  

Fue por esas fechas que el señor Quiroga empezó a frecuentar el local, iba por las mañanas a tomar un café y se quedaba ahí un par de horas leyendo o escribiendo en un cuaderno pequeño de aspecto usado, en la tapa se podía leer su nombre escrito en cursivas. 

Martín, cuando apenas lo conocía, creía que era un señor que vivía de la asistencia pública, por su aspecto. Casi siempre vestía con un saco de algodón descolorido y un pantalón de pana color vino que le quedaba un poco largo. Tenía una apariencia despreocupada y sin mucha ostentación; a veces llevaba sombrero, pero la mayoría de las ocasiones  mostraba una cabellera despeinada y con bastantes canas. Ya con el trato del día a día, Martín se enteró que había sido profesor de música en una universidad y que había estudiado filosofía durante su juventud. 

—¡Hola señor Quiroga!, mire el dibujo que acabo de hacer.

En la hoja que Noelia sostenía se podía ver el dibujo de un arcoíris. 

—Me tardé en hacerlo, es que quería dibujar un arcoíris, por una historia que nos contó la maestra Clara. Y primero no encontraba mi estuche de colores, después, no me acordaba de cuales colores usar. Y pues solo me acordé del rojo, azul, verde y amarillo. Mire, también dibujé un mar y una montaña y al Sol, es que en la historia también había todas esas cosas. También nos puse a mi papá y a mí, ¿ya vio?

— Sí, te quedó muy bonito, veo que en el dibujo sonríes, ¿pero por qué al sol lo pusiste triste?

—Está triste porque la historia que me contaron es una historia triste, ¿quiere oírla?

—Noelia, el señor Quiroga vino aquí a estudiar contigo y quizá no pueda quedarse tanto tiempo. 

—Pero es una historia bonita, bueno es triste pero también bonita, es una leyenda, que quiere decir que es una historia que no pasó pero que las personas inventaron para explicar el arcoíris. 

—No se preocupe Martín, vamos adelantados en el estudio y Noe es bastante inteligente, seguro le va bien mañana en el examen. De todos modos, me puedo quedar un par de horas más, no estoy ocupado el día de hoy. Cuéntanosla, Noe, por favor. 

—No me acuerdo muy bien, pero la maestra me dio esta hoja con la historia. Bueno, esta historia comienza en un mundo donde hay dos dioses: el dios de la luz y el dios de la oscuridad. El de la luz se llamaba Tupá, era bueno y vivía en el cielo, el otro era malo, se llamaba Anhangá y vivía en el inframundo. Estos dioses gobernaban sobre las personas, y entre todas esas personas una vez existió una joven que era muy bonita, se llamaba Iasá. Era tan pero tan bonita que el dios de la luz se enamoró de ella, a ella también le gustaba él y los dos se enamoraron. Después de un tiempo, el dios del inframundo que también estaba enamorado de Iasá, quiso separarlos para poder casarse con ella. Entonces, un día subió a ver a los padres de Iasá y les prometió que les iba a dar riquezas, comida y bebida por toda su vida si obligaban a su hija a casarse con él. Ellos aceptaron, porque querían ser ricos, y obligaron a su hija a que se casara con Anhangá. Ella, muy triste, aceptó pero puso una condición: que antes de casarse, la dejaran ver a Tupá por última vez. El dios del inframundo le dijo que sí, pero que para ir a verlo tenía que hacerse una herida en el brazo para dejar un camino de sangre, así él podría seguirla y estar seguro de que ella no se escapara.  Ella aceptó. Se hirió el brazo y empezó a caminar hacía Tupá, que vivía en el cielo y mientras caminaba iba dejando un camino de color rojo. Tupá quiso desorientar a Anhangá y le pidió a los dioses del cielo, del sol y del mar que acompañaran a Iasá en su trayecto, que mezclaran sus colores con el rojo de Iasá para que el dios del inframundo viera más colores, no solo el rojo de ella, querían que también viera el amarillo del sol, el azul del cielo y el azul fuerte del mar. Su plan sí dio resultado y lograron confundir a Anhangá pero ella se debilitaba a cada paso que daba y no logró llegar con Tupá.

Iasá cayó en la playa y mientras caía, su sangre se mezcló con los demás colores, y con el verde de la tierra también. Esto hizo que se formara un camino de colores que ahora conocemos como arcoíris, y que ahora está ahí para recordarnos siempre el camino de Iasá hacia Tupá [1]

Me gustó mucho la historia, les dije que era triste, pero también es feliz porque los arcoíris son muy bonitos.  

—Sí son muy bonitos Noelia, ¿te acuerdas que las vacaciones pasadas vimos uno en la carretera, cuando fuimos a visitar a tus abuelos?

—Sí me acuerdo. Pero si la historia de Iasá es una leyenda, entonces ¿cómo se forman esos colores en el cielo, papá?

—Mejor que nos ayude el señor Quiroga en esto hija, yo tampoco lo tengo muy claro, en realidad. 

—Bueno yo tampoco sé mucho sobre ellos, pero sé que los arcoíris se forman por la interacción de la luz del sol con las gotas de agua en la atmósfera. Por eso es más común verlos cuando llueve. Mira, a luz que viene del sol se le llama luz blanca, se le llama así porque está formada por todos los colores y la combinación de todos ellos da como resultado el blanco; y cuando esta luz pasa por la gota, la gota sirve de filtro y solo deja pasar algunos colores y otros no. 

—¿Un filtro, como el que papá usa en la cocina?

—No exactamente, pero es algo parecido; el filtro que usan en la cocina, les ayuda a separar alimentos sólidos de líquidos. Las gotas en cambio, sirven para desviar el camino que lleva la luz. Mira, la luz sale del sol derechita y así entra en la gota, pero cuando la atraviesa se desvía, sale hacia otra dirección. Esta luz que sale, ya tiene color porque sale diferente al interactuar con la gota, tan distinta que ya la podemos ver con siete colores diferentes. 

—Y, ¿por qué los arcoíris tienen esa forma, de arco?

—Eso ya no tiene que ver por completo con la interacción de la luz con las gotas, también depende del lugar desde donde vemos al arcoíris. La vemos como un arco porque nosotros parados en la tierra no vemos el fenómeno completo, un arcoíris en realidad es un círculo. Si lo viéramos desde un avión, por ejemplo, podríamos verlo completo. En principio, cuando la luz sale de las gotas de agua, lo hace con un ángulo muy definido y es la suma de todos eso rayos de luz en un mismo ángulo lo que hace que se forme un arco. ¿Te acuerdas, que una vez me enseñaste una figura de hilos que hiciste en la escuela Noe?, es algo parecido. 

—Ah sí, en la clase de matemáticas. Una vez me dijeron que llevara una tabla con clavos y también hilos de muchos colores. El profesor no dijo que uniéramos algunos clavos con el hilo, y mientras más hilo ponía se iba formando un círculo. Me gustó mucho, porque hice un círculo con puros hilos derechos. 

—Sí, pasa algo parecido con la luz del sol, solo que en el cielo los hilos son los rayos de luz desviados por las gotas. 

—Pues a mí no me gustó mucho esa clase Noelia, porque me avisaste una noche antes que al día siguiente tenías que llevar esa tabla con clavos a la escuela y no dormí por estar acomodando el material. Por cierto, aun no le he puesto un marco a ese trabajo tuyo, recuérdame hacerlo mañana por favor.

—Pues a mí sí me gustó, y mucho. Esta clase de la maestra Clara también, además llevó una guitarra y nos cantó una canción que contaba la historia de Isasá, ¿puedes prestarme tu celular, papá?, para que la escuchen. La maestra nos dijo que era una canción de una cantante que a ella le gustaba mucho. 

—Bueno, pero después de escucharla a estudiar, eh, que mañana te debe ir bien en el examen. 

—Sí, el señor Quiroga me va a ayudar, además él también la quiere escuchar, ¿verdad?

—Sí, Noe, a ver, ponla para escucharla.  Por las bocinas del bar empezó a oírse una guitarra, seguida por la voz de una mujer que decía:

Tú / eres mi sol / mi corazón / un remolino / y yo quise / caer / en tus brazos / dormir / así…[2]

Martín tuvo que escucharla desde la cocina porque había sonado el teléfono, probablemente algún proveedor que preguntaba a qué hora podía pasar al día siguiente. 

Noelia y el señor Quiroga la escucharon mientras preparaban la mesa de estudio, pusieron cada quien su silla a ambos lados de la mesa de madera, el señor Quiroga sacó un par de libros y un cuaderno de notas. Noelia, mientras acomodaba sus cuadernos, cantaba y sonreía.

Autor - Luis Alberto Hernández Canales

Egresado de la Facultad de Química de la UNAM. Creador de contenidos en la Bombilla. Entre sus intereses se encuentran: leer, comer y escuchar música. Piensa que se siente bien estar vivo

Diseñadora - Linda Soley Silva

Diseñadora egresada de la Facultad de Artes y Diseño con gusto por los medios de comunicación, las ciencias naturales, el arte, los museos y las expresiones culturales de la caótica ciudad de México. Actualmente estudia una especialidad en animación 3D

Referencias

[1] Iasá y el origen del arcoíris, leyenda brasileña. 

[2] El origen del arcoíris, canción de Camila Moreno, cantautora chilena

Letra de la canción de Camila Moreno, El origen del arcoiris

… pero es una historia bonita, bueno es triste, pero también bonita, es una leyenda, que quiere decir que es una historia que no pasó, pero que las personas inventaron para explicar el arcoíris.

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Los monos intertextuales

Los monos intertextuales

En mayo de 2012 se proyectó en las salas de cine la película Los vengadores, de Joss Whedon, que enlaza varias películas de superhéroes del universo de Marvel como Iron Man (2008), El increíble Hulk (2008), Iron Man 2 (2010), Thor (2011) y Capitán América: el primer vengador (2011).

En esta película, los vengadores se reúnen por primera vez, reclutados por la agencia de inteligencia, espionaje y antiterrorismo S.H.I.E.L.D., para detener la amenaza que representa Loki, el hermano de Thor, y así evitar la destrucción del planeta tierra. Cuando los vengadores, recién conformados, se encuentran  en la base de S.H.I.E.L.D. para planear como detener a Loki, aparece en escena Nick Fury, director de la agencia de espionaje diciendo:

“El cubo es la fuente de poder de Loki, quiero saber cómo lo usó para transformar a dos de los hombres más brillantes en sus fieles monos voladores”.

A esto, Thor alega que no entiende por qué se hace mención de unos monos voladores, pero el Capitán América responde con la frase “Yo sí entendí la referencia”. Puedes ver aquí la escena completa.

    Esta parte, como casi toda la película, está plagada de situaciones que después se convertirían en memes famosos, pero es este, el del Capitán América, el que resulta en especial interesante porque nos habla de la característica principal de la cultura contemporánea, la existencia de “referencias”, es decir de la relación entre dos o más productos culturales que están relacionados entre sí, y es esta relación el objeto de estudio de la teoría intertextual, desarrollada por el filólogo ruso Mijaíl Bajtín durante el siglo XX.

El problema surge cuando esta relación entre productos culturales no es clara y es lo que la escena en cuestión de Los vengadores también nos ejemplifica.

Cuando Nick Fury menciona a “los monos voladores” se está refiriendo a los monos ayudantes de la bruja malvada del oeste, personajes de la película El Mago de Oz, que se estrenó en 1939. Como se puede ver en la película “Capitán América: El primer vengador”, Steve Rogers quedó congelado durante la Segunda Guerra Mundial, que se desarrolló entre 1939 y 1945, por lo que tuvo la oportunidad de ver El Mago de Oz, para posteriormente presumirnos que él sí entendió la referencia.

Por esto, es normal que Thor se muestre confundido, si tenemos en cuenta que él no es de este planeta sino de Asgard. El dios del trueno no tiene los conocimientos culturales correctos para entender la referencia al igual que mucha gente que simplemente no había visto El Mago de Oz y tuvo que preguntar en foros y redes sociales para que los demás les compartieran ese pequeño pedacito de información faltante que completa el rompecabezas intertextual.

A propósito de los monos voladores, en el noveno episodio de la quinta temporada de Los Simpson, titulado “La última tentación de Homer”, ese episodio que todos recordamos porque Homero se ve en la difícil situación de dejarse llevar por el deseo hacia su compañera de trabajo Mindy, que en Latinoamérica conocemos como Margo, o serle fiel a su esposa, sucede otro hecho con el que podemos volver a El Mago de Oz.

Los monos voladores de El Mago de Oz                                                     

Los monos voladores del señor Burns

Cuando Margo y Homero se encuentran en el hotel de la Convención Nacional de Energía, a ella se le ocurre llamar a servicio al cuarto. Es entonces cuando una alarma suena en la oficina del avaro señor Burns. Para impedir que sus empleados gasten de más, Burns tiene su propia versión de los monos voladores, cual bruja malvada del oeste, aunque al final estos resultan ser un verdadero fiasco. Puedes también ver la escena acá.

Con todo esto es normal afirmar que ningún producto cultural es original o único porque todos se basan en otras ideas y conceptos a los que hacen alusión, parodian o citan. Cuando se entiende la intertextualidad implícita que existe en todos lados se comienza a entrever poco a poco el gran tejido de actos y obras artísticas que, mediante diversos elementos significativos, crean nuestra cultura y nos conforman como seres humanos.

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Diseñadora - Linda Soley Silva

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Un día a la vez, un universo a la vez

Cuando era joven trabajaba vendiendo café en mi natal Guanajuato, lo vendía de casa en casa con la ayuda de un contenedor amarrado a mi espalda. Era un aparato peculiar, a simple vista daba la idea de que era una mochila metálica, como esas mochilas que usan los motociclistas para no romper sus pertenencias en caso de una caída a gran velocidad. Pero mi “mochila” era en realidad una cafetera móvil que podía contener hasta diez litros de café, el cual se servía por una manguera que salía desde la parte baja del contenedor y se sostenía por delante a la correa derecha. Todas las mañanas me levantaba muy temprano para preparar el café y salía a venderlo a la hora en que la gente se dirigía al trabajo o a la escuela.

La mayoría de las personas me conocían y sabían que, además de no dar caro, servía un buen café; gracias a esto terminaba de vender mi producto relativamente rápido, esto era una ventaja  porque así podía cursar la escuela preparatoria por las tardes y me quedaba tiempo de, por las noches, hacer mi tarea mientras prepara todo lo necesario para el café del día siguiente.

Yo mismo era adicto al café, no podía empezar mi día sin tomarme al menos una taza, y por las noches cuando me encontraba cansado podía contrarrestar los efectos de este cansancio con ayuda de otra taza. Por ahí había leído que el café contenía cafeína, una molécula que inhibe a otra molécula, esta última conocida como adenosina, que se libera cuando estamos cansados y sirve para ayudarnos a descansar mediante el sueño. Además de inhibir a esta molécula, la cafeína también activa al cuerpo mediante la liberación de adrenalina. En resumen, la cafeína contenida en el café nos quita el sueño y nos da energía.

Me mantuve vendiendo café por casi cinco años, pero tuve que dejar de hacerlo porque me mudé al deefe para estudiar la carrera de matemáticas en la unam. Mi plan era que al terminar la carrera regresaría a mi pueblo para dar clases en la secundaria de allí y también ayudar en la siembra a mi padre, cuidar de él y  también de mi madre.

Al final mi plan no terminó siendo como lo había planeado, esos años universitarios me marcaron de por vida, desde que entré el primer día a las aulas supe que no quería salir de ellas nunca más, quería seguir aprendiendo toda mi vida y verme rodeado de todas esas personas que estaba por conocer. Y así lo hice, después de titularme logré ser adjunto en las clases de ecuaciones diferenciales I y II y años después logré ser profesor titular de esas materias y de un par más.  Después de eso mi vida como académico fue lo más gratificante que me haya pasado, todos los días me transportaba en bicicleta a la universidad y en ella me quedaba la mayor parte del día. Si no me encontraba en el salón de clase rodeado de mis alumnos se me podía ver por mi cubículo, siempre leyendo o escribiendo o preparando exámenes. Mis compañeros y alumnos nunca dejaban de sorprenderme, siempre había algo de qué hablar o algo que hacer.

Pase muchos años de mi vida con ese ritmo, durante el periodo escolar me dedicaba de lleno a impartir mis materias y en las vacaciones viajaba a ver a mis padres al pueblo. Iba a verlos todos los años y siempre les ayudaba a mejorar la casa, a veces encontraba un piso que se podía mejorar, un baño al que le hacía falta cambiar el drenaje o simplemente arreglar el pasto del patio.

Un año en particular, no hace mucho, todo se detuvo para mí; de pronto dejé de existir por un evento nada afortunado y desperté en este lugar desde el que escribo estas líneas.

Es un lugar bastante extraño, no sabría explicar bien qué es o en qué lugar y tiempo se encuentra; para mí se presenta como la casa de mi infancia, una casa de un solo piso en la que puedo salir de mi cuarto e inmediatamente oler la comida que mi mamá cocina. Aquí me desenvuelvo ahora, por las mañanas acompaño a mi papá a la siembra o cosecha (dependiendo de la temporada), en las tardes siempre arreglamos la casa con mi mamá y en las noches platicamos de muchas cosas.

A pesar de que en apariencia llevo una vida normal sigo sin saber bien qué es este lugar porque a partir de él, y con solo desearlo, puedo moverme entre los infinitos universos que se están desarrollando de manera paralela. Así he podido moverme de un universo a otro, siempre siendo espectador, pero viviendo en carne propia lo que mi otro yo de ese universo está viviendo.

En la mayoría de los universos soy yo, es decir soy ser humano, pero en otros no. Por ejemplo, en uno me encontré a mí mismo siendo un leopardo que estaba cazando una gacela.

Estaba escondido en la hierba alta de un vasto pastizal que se extendía bajo un inmenso cielo, la estuve observando durante toda la tarde, analizando cómo se movía, qué hacía cuando escuchaba un ruido y hacia qué plantas se acercaba para comer. Después de una paciente espera, ya el cielo pintaba múltiples estrellas, me abalancé sobre ella y la maté con una rápida mordida a su cuello. Apenas y emitió un sonido, fue un leve estertor que se perdió entre los sonidos de la noche.

No tengo claro cuánto tiempo me mantuve dentro de esa realidad, pero me gustaba mucho estar así: me preocupaba por sobrevivir y mi instinto me guiaba en todo momento.

En otro universo era una majestuosa águila, todas las demás aves se sentían intimidadas cuando me veían bajar en picada desde lo alto. Lo hacía con una agilidad y rapidez impresionantes, desde las alturas lograba ver a mi presa, sentía el viento a mi alrededor y cuando encontraba una ráfaga apropiada la aprovechaba para descender hacia mi alimento.

En un universo, en el que si era humano, vivía en el territorio que conocemos como continente americano. Éste se encontraba organizado de modo tal que los obreros y campesinos trabajadores constituían organizaciones de muchos miembros y en ellos recaía la organización del continente, la administración de la economía y la dirección de la producción. Como la región contaba con muchos recursos naturales y se manejaban de forma responsable, el continente se mantenía en claro crecimiento. Yo, o mejor dicho mi otro yo, también se desempeñaba como profesor, ahí la educación era gratuita y en todos los programas educativos se reforzaba el trabajo para el bien común, más allá del individualismo competitivo. Enseñaba cálculo por las mañanas y en las tardes cuidaba de un jardín comunitario que se encontraba a unas cuadras de la Universidad; en este jardín plantábamos todo tipo de árboles frutales y los cosechábamos en su temporada: de enero a marzo recogíamos manzana y hacíamos yogur o licuados con avena, de marzo a junio podíamos hacer agua de mango fresco y el último semestre del año podíamos hacer jugo de mandarina y comer dulce de guayaba. Nos manteníamos unidos y siempre quedaba tiempo para convivir con los demás, ya que al repartir las tareas de manera colectiva estas se completaban con mayor rapidez, lo que permitía tener más tiempo de esparcimiento. El tiempo que me mantuve en este universo fue un tiempo de paz.

En otro de mis viajes, es raro decirles viajes porque formalmente no lo eran, me tocó llegar a una civilización que había logrado mejorarse al punto en que los seres humanos podían realizar la fotosíntesis. Allí los seres humano eran de color verde, como los extraterrestres que describen muchas de las novelas de ciencia ficción que he leído, pero eran verdes porque, al igual que las plantas, contaban con cloroplastos que llevaban a cabo la fotosíntesis con ayuda de unas proteínas especializadas que absorbían la luz solar y la transformaban en moléculas energéticas que después aprovechaban para transformar los nutrientes que consumían. De esta manera, los seres humanos no tenían que ingerir tanta comida ya, hecho que se veía reflejado en la complexión física que era más bien delgada. Aunque, para ser justos, al perderse el proceso de alimentación también se había perdido ese evento social de “ir a comer con alguien”, acto que más allá de ser para “ir a comer con alguien” siempre nos ha servido para conocer al otro. Esta falta de verse con otras personas compartiendo la comida había disminuido las relaciones humanas; ya casi no existían los amigos, no se respiraba ese espíritu de preocuparse por el otro o de echar una mano a alguien. Basta decir que no duré mucho en ese lugar, me entristeció mucho mantenerme ahí.

Hubo un universo muy raro, cuando aparecí en él me mantuve todo el tiempo arriba de una rueda de la fortuna, acompañado por un oso de peluche. Era un oso de esos famosos Teddy, su particularidad era que este oso de peluche tenía conciencia y se mantenía diciéndome cosas al oído. Estas ideas iban desde lo más rebuscado hasta lo más trivial y casi nunca tenían relación una con otra. La ciudad en la que se encontraba la rueda de la fortuna era extraña, cuando estábamos en la parte baja de la vuelta, se apreciaba una ciudad rural, se apreciaban grandes extensiones de maizales; pero cuando estábamos en la parte más alta de la rueda, la vista era de una ciudad gris con grandes edificios y mucha gente amontonada en ellos. Todo era muy extraño, nada tenía lógica, aun así me mantuve dando miles de vueltas, sin marearme, sin sentir hambre o cansancio. Me sentía tranquilo en la presencia del oso y él no parecía querer hacerme daño, solo se preocupaba en enseñarme.

He ido a muchos más universos, unos más extraños que otros, y he visto muchas cosas, éstas me han enseñado demasiado y mi conciencia se ha expandido a niveles que nunca creí posibles. He conocido lugares indescriptibles y personas excepcionales de las cuales pueda hablar quizás en otro relato.

Pero por mucho tiempo que viaje o por mucho que me ausente, siempre regreso aquí, a mi casa. A mi única casa, esta casa donde crecí y en la que me encuentro con las personas que más he querido. Y a pesar de poder ir a todos esos universos hay uno al que ya no puedo volver, es el primero que habité, aquel en el que ya no existo. Eso no me pone triste sino todo lo contrario, sé que en él dejé muchas personas, más de las que puedo contar con las manos, que siempre me tendrán presente y en quienes, de un modo u otro, dejé mi huella grabada. Creo que en parte se debe a que siempre traté de predicar con el ejemplo, tratando de alejarme de esa idea de la enseñanza individualista, y enseñando para el bien común, siempre tuve claras las palabras de Makárenko:

“…la participación activa en el proceso de aprendizaje y formación de la colectividad reporta felicidad humana, tanto al educador como a los educandos.” [1]

Y es así, muchas de las cosas que hacemos con el otro tienen una importancia enorme de la que a veces no nos damos cuenta. Nuestra persona siempre crecerá cuando compartamos con los otros lo que tenemos, cuando enseñemos lo que sabemos y estemos atentos a lo que el otro tenga que decir. Este hecho es tan cierto que, como en mi caso, nos seguirán recordando aun cuando ya no estemos; ya lo dice la canción:

“No se muere quien se va solo se muere el que se olvida” [2]

 

Referencias

[1] Makárenko A, 1977, “La colectividad y la educación de la personalidad”, Moscú, URSS, Ed. Progreso.

[2] Letra de la canción “El primer trago” del cantante venezolano Tyrone Gonzales “Canserbero”

 

 

Autor 

Luis A. Hernández Canales. [author] [author_image timthumb=’off’]https://labombillailuminarte.org/wp-content/uploads/2018/11/fto-e1543271268267.jpg[/author_image] [author_info]Egresado de la Facultad de Química de la UNAM. Creador de contenidos en la Bombilla. Entre sus intereses se encuentran: leer, comer y escuchar música.

Piensa que se siente bien estar vivo.[/author_info] [/author]

Diseño

Lina Lucía Romero Salas [author] [author_image timthumb=’off’]https://labombillailuminarte.org/wp-content/uploads/2017/11/Foto-15-Lina-Romero.jpg[/author_image] [author_info]Desde pequeña tuvo inquietud por estudiar artes y al terminar esa licenciatura decidió realizar una segunda licenciatura en biología ya que siempre le llamo la atención la naturaleza. Ha realizado ilustraciones para distintos laboratorios y actualmente da un taller de artes plásticas a niños de primaria.[/author_info] [/author]