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AFORTUNADA

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Mirando la comida ya fría, dijo:

—No creo que esté hecha con amor.

—No importa, hoy celebraremos como familia, que la vida más o menos sigue como yo quiero, más o menos bien. Esta comida va a salud de un amigo que ya no está con nosotros, que se nos fue pero que nos dejó grandes enseñanzas. Sin él no tendríamos todo esto que tenemos, no tendríamos este conocimiento y esta fuerza de unión. 

Años antes, Lilia había decidido iniciar un pequeño invernadero hidropónico en las afueras de la ciudad. Unos amigos suyos, estudiantes también de la carrera de biología, tuvieron la idea cuando aún estudiaban la universidad; lo iniciaron por entretenimiento, les servía para ocupar su mente en otras cosas que no fueran exámenes parciales y tareas escolares. 

El terreno donde montaron todo era un espacio que había heredado Lilia de su abuela, ella se lo regaló antes de fallecer y le dijo que lo podía usar como quisiera, incluso que si en algún momento se veía en algún aprieto económico lo vendiera. Ella lo conservó vacío por mucho tiempo, no tenía muy claro qué quería hacer con él y tampoco es que contara con los recursos económicos para hacerlo. El terreno se encontraba rodeado por pocos edificios, lo que más había eran casas familiares y una cancha de béisbol de la liga local.

De niña, cuando su abuela se hizo del terreno, iba a esa cancha a ver jugar a los más grandes, mientras su abuela resolvía asuntos relativos a la pertenencia del lugar, aún recuerda a un jugador en particular, se llamaba Manuel, era un estudiante universitario que pertenecía a una organización en defensa de los recursos naturales y que era parte de un equipo de béisbol en la liga de su universidad.   Cuando lo vio por primera vez, él estaba pichando en la parte alta de la novena entrada y le dio la victoria a su equipo con una bola rápida que el bateador no fue capaz de ver. Terminado el partido y cuando ya todos se estaban retirando, Manuel notó el interés de ella en el partido y se acercó a platicar un rato, lo hizo también porque estaba muy cansado y quería estar sentado un rato antes de pedalear el camino de regreso a casa. Hablaron de muchas cosas, él le habló de béisbol, ella de su afición a la música de Atmosphere y su apasionamiento con los libros de J. D. Salinger, él prefería a Manuel Puig y escuchar música instrumental. Entre plática y plática, le recomendó que cuando pudiera, usara ese terreno para hacer un invernadero hidropónico.

— ¿Hidroponía, qué es eso?

— La hidroponía es una técnica de cultivo que no utiliza el suelo para sembrar, ¿has visto cómo las plantas necesitan tierra, agua y sol para poder vivir? Pues lo que hacemos en la hidroponía es quitarles la tierra y hacer que las plantas crezcan solo con ayuda del agua y del sol. Lo que sí es importante tener en cuenta es que el agua que les administramos no es agua normal. Es una disolución de diferentes sales que son nutritivas para la planta, ¿ubicas la sal que usamos para “darle sabor” a los alimentos?, pues es casi lo mismo; las plantas necesitan estas sales (que no son las mismas que consumimos nosotros, no te vayas a confundir) para crecer y alimentarse. 

Ahora, los beneficios de esta técnica es que podemos llevarla a cabo casi en cualquier lugar, y por cualquier lugar me refiero a cualquier lugar: desde un invernadero, la azotea de tu casa, e incluso el terreno ese que tiene tu abuela allá enfrente. 

— El terreno de mi abuela, ¿cómo, si está pavimentado? 

— ¿Qué te acabo de decir?, en la hidroponía no necesitamos tierra para que las plantas crezcan. A lo más necesitas unos tubos PVC, de esos que venden en la tlapalería, una bomba de agua, como las que están en las peceras, una manguera y una cubeta. Y ya, tan simple como eso.  Pones en la cubeta el agua con las sales nutritivas, en el fondo metes tu bomba conectada a tu manguera y haces que la manguera haga fluir el agua por todo el tubo, y el tubo en realidad tendrá dos funciones: hará que el agua se transporte y tambien servirá como sostén de tus plantas.

— Entonces, ¿meto las plantas en el tubo?

—No, haces orificios a lo largo del tubo y en ellos colocas las plantas en pequeñas macetitas de plástico. Mira, creo que será más fácil que entiendas si un día te das una vuelta por el invernadero que tenemos en la universidad. 

Y a partir de ese día, Lilia empezó a ir al invernadero de la universidad, al principio iba de visita, pero cuando le pidió a Manuel y a sus compañeros que le enseñaran todas las cosas que hacían para cuidar y sembrar las plantas, le dijeron que si quería aprender tenía que participar en las tareas del lugar. Le enseñaron a realizar la composta, a diluir las sales nutritivas en cantidades exactas, los tipos de plantas que crecían bien con mucho sol o con resolana, la manera en cómo germinar las plantas, incluso le enseñaron a hacer macetas con llantas viejas. 

Así fue llevando varias de sus tardes de secundaria, salía de la escuela y se iba directo a la universidad. Por lo regular, para la hora en que ella llegaba, la mayoría de las tareas del invernadero ya estaban hechas. Pero le tocaba revisar si no había caído alguna plaga en las lechugas, revisar si los sistemas de riego seguían funcionando correctamente e incluso se ponía a pesar las sales de la solución nutritiva, las metía en bolsas y las etiquetaba para los días en que se iban a usar.

Cuando terminaba de hacer todo eso, se ponía a hacer sus tareas de la escuela. En el invernadero tenían una pequeña oficina, era más bien una especie de bodega que hacía las veces de oficina. En ella guardaban todos los materiales necesarios para el invernadero y habían acondicionado un espacio donde tenían un escritorio, un par de sillas, una grabadora y un televisor que tenían casi todo el tiempo encendidos. 

Muchas veces, los demás miembros del grupo le habían dicho que fuera a la biblioteca de la universidad a hacer su tarea.

—Está más tranquilo allá, no tienes que estar acá todo el tiempo. Hay unas mesas bien grandes, hay muchos libros que te pueden incluso servir y además de que no tienes que estar soportando el ruido del televisor o de la grabadora. 

Pero a ella le gustaba estar ahí, cuando tenían la grabadora puesta casi siempre tocaba música Lo-Fi, música grabada en baja fidelidad que sonaba a que había sido grabada en el patio trasero de alguna casa o en algún estudio de grabación de bajo presupuesto. Por lo regular era música grabada en casetes, y Lilia llegó a leer algunos de los artistas que ponían en la grabadora, así conoció a Nujabes, Grimes, Beck, Mac DeMarco, etc. Entre los casettes que más le gustaban se encontraban los Ep´s de Eevee, el Harbor LP de Tomppabeats o el LP Gentle Boy de Elijah Who. La música que ponían siempre era muy tranquila, con ella podía concentrarse en sus deberes, eran sonidos bajos y melodías simples; su música siempre la transportaba a tardes de lluvia, un poco melancólicas y frías. 

Tiempo después de que su abuela falleciera, Lilia (ahora ya estudiante universitaria) decidió iniciar el invernadero en el terreno frente a la cancha de béisbol. Con sus demás compañeros de la carrera empezaron a vender dulces, panes y chicharrones entre clase para ahorrar un dinero y poder empezar el cercado del terreno, la construcción de las estructuras básicas y conectarse al sistema de drenaje. Les tomó más o menos año y medio poder juntar para todo eso, pero cuando por fin lograron establecerse, notaron que tenían un espacio muy prometedor y el barrio era bastante tranquilo en comparación con otros barrios de las afueras. 

Comenzaron de a poco y por afición plantaban cosas para su propio consumo, como lechugas, jitomates y chiles verdes; también plantas de olor, como la menta, la hierbabuena y el romero. 

Establecieron horarios para el cuidado del invernadero de acuerdo a sus horarios en la escuela, siempre procurando que en ningún momento se quedara solo el lugar y cuando no era posible que alguien más estuviera, Lilia siempre dejaba de hacer cosas por cubrir esas ausencias.

Le gustaba mucho estar ahí, iba casi diario, aun cuando no tuviera alguna comisión ese día. Ayudaba en lo que hiciera falta y cuando no había muchas labores que hacer, se sentaba a leer en un escritorio que tenían. Estaba en una oficina que construyeron reproduciendo la que había conocido en el invernadero de la Universidad, solo que en esta no tenían televisor. 

Se acostumbró a leer mientras escuchaba música, y esa pequeña oficina, de a poco, empezó a parecerse a una biblioteca. Sus compañeros casi siempre dejaban sus libros de la escuela ahí, o los libros que leían por cuenta propia. Así, se podían ver tomos de literatura soviética de  Makárenko, Lenin, Gorki o Krúpskaya. También había de Haruki Murakami y Banana Yoshimoto; había de Alice Munro, la escritora canadiense ganadora del premio Nobel, el libro de Éramos unos niños de Patti Smith, una biografía de David Bowie, unos cuantos de Stephen King y unos más de ciencia ficción y horror. 

No se podían quejar, trabajaban en el invernadero, estudiaban y leían lo que querían, llevaban una vida tranquila, con pocas preocupaciones y siempre que se aburrían de estar en ese lugar, cruzaban la calle y jugaban a cachar la pelota en el campo de béisbol.

En la cancha de béisbol, Lilia casi siempre se encontraba a Manuel (ya graduado pero aún trabajando en la universidad y en el invernadero). Él iba por las tardes, unas tres o cuatro horas, a hacer ejercicio sobre todo, pero cuando ella estaba ahí con sus amigos, cachaban la pelota o jugaban un partido rápido.

Manuel siempre cargaba con el equipo necesario de béisbol, lo hacía en uno de esos costales que se usan comúnmente para transportar frutas, solía cargar un par de bates, cascos, un peto para el cátcher y pelotas usadas, y las llevaba porque siempre estaba dispuesto a organizar un mini partido con las personas que quisieran jugar.

Así, se empezó a hacer costumbre ir por las tardes a la cancha para jugar con Manuel, siempre lo encontraban dispuesto a ayudar y entre entrada y entrada podían hablar del invernadero, de cómo mejorar y cómo sacarle el mayor provecho. Años atrás, desde que Lilia lo ayudaba en el invernadero de la universidad, Manuel se había convertido en un hermano para ella, empezó a tomarle cariño por su manera de ser, tan real en todo momento y siempre hablando de manera directa. Se llevaban muy bien, y con los años había llegado a tomarle verdadero aprecio. 

Por eso, cuando un día no se presentó en la cancha, se supo que algo no andaba bien. Fueron a su casa y ahí solo les dijeron que se había ido sin decir mucho, que había tomado sus cosas y sin apenas decir un adiós había salido como un día cualquiera. En el invernadero de la Universidad le dijeron que avisó que tenía unas cosas urgentes por atender y que no podría seguir apoyando más. Solo dejó atrás sus libros y sus casettes de Lo-Fi.

Le pareció a Lilia que Manuel no quería que lo siguieran, a donde sea que se hubiese ido quería ir solo y no quería que nadie se enterara del lugar. Ella entendió, y fue por eso que decidió improvisar una pequeña comida en la cancha de béisbol. Todo fue muy rápido, tuvo que llamar a sus conocidos y amigos, y compró una comida precocinada, de esas que venden en los supermercados y que no son particularmente ricas, pero ella sabía que eso no era lo importante, lo que importaba era reunirse en honor de Manuel y de su memoria. Así, se encontraron esa tarde todas las personas que conocieron a Manuel, comiendo en su nombre. 

– Quizás no lo llegué a conocer tanto como me hubiese gustado, pero el tiempo que compartimos, en el invernadero, en esta misma cancha, jugando por interminables horas me enseñó a valorar su presencia y me hace sufrir ahora su falta. Sí, se nos adelantó, pero acá nos quedamos nosotros, nos quedamos felices, vamos a seguir trabajando y vamos a seguir jugando béisbol, para no olvidarnos de él nunca y hacerle saber, donde sea que esté ahora, que nos quedamos con su imagen siempre presente y que nunca, pero que nunca lo vamos a olvidar. 

Al conocerlo no tuvimos suerte, fuimos afortunados, estoy segura de eso [1].

Autor - Luis Alberto Hernández Canales

Egresado de la Facultad de Química de la UNAM. Creador de contenidos en la Bombilla. Entre sus intereses se encuentran: leer, comer y escuchar música. Piensa que se siente bien estar vivo

Diseñadora - Lina Lucía Romero Salas

Desde pequeña tuvo inquietud por estudiar artes y al terminar esa licenciatura decidió realizar una segunda licenciatura en biología ya que siempre le llamo la atención la naturaleza. Ha realizado ilustraciones para distintos laboratorios y actualmente da un taller de artes plásticas a niños de primaria.

Referencias:

Si quieres saber más sobre la técnica Hidropónica, puedes revisar la siguiente página:

https://hidroponia.org.mx/

[1] Parte final de la canción Fortunate de Atmosphere, la frase completa es: 

We’re not lucky, but we’re fortunate

I’m pretty sure of it

And all the life we wasted trying to make some bread

Might’ve been better spent trying to raise the dead

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