Quiero contarles la historia de cómo me hice un adicto. De mi abuela tomé la costumbre de tomar chocolate caliente por las tardes. Ella preparaba tres tazas: una para mí, otra para mi hermano y otra para ella. Tomábamos lentamente el chocolate preparado con agua caliente mientras veíamos pasar a la gente por la ventana. Años después nos mudamos a la ciudad, y la dificultad para conseguir un buen chocolate nos impidió seguir disfrutando de la tradición familiar. En su lugar comenzamos a tomar café. “Es más estimulante y con menos calorías que el chocolate” repetía mi padre cada vez que ponía a llenar una nueva cafetera.
Sin embargo ambas bebidas tienen algo en común; y es que con cada taza, fuera de chocolate o de café, estábamos metiendo a nuestro cuerpo una droga. Sí, una droga, una que es legal y es la más consumida en todo el mundo pues la podemos encontrar en los tés, refrescos, bebidas energéticas, antigripales de venta libre y por supuesto, en el chocolate y el café que tanto le gusta a mi familia. Se trata de la cafeína.
Ésta tiene efectos estimulantes en nuestro cuerpo, en específico en nuestro sistema nervioso. Así es como podemos sentirnos más activados para un largo día de trabajo, o si nos toca quedarnos en vela, la cafeína es capaz de ahuyentar el sueño. También ayuda a mantenernos atentos y enfocados en una sola actividad por bastante tiempo. La cafeína hace que nuestro cerebro esté más activo y trabaje a un ritmo mayor. Esto lo logra al potenciar el efecto de la dopamina y noradrenalina de manera difusa. La gran mayoría de las drogas libera dopamina en el centro del placer del cerebro: el núcleo accumbens. Gracias a que cada vez que tomo café o chocolate la dopamina activa este centro del placer, me he convertido en un adicto a la cafeína.
La presentación predilecta de esta droga es en una inofensiva taza de café. Aunque mi padre se sienta orgulloso al decir que prepara el mejor café americano, la realidad es que esta bebida viene del mundo árabe. Existe la anécdota de que los campesinos de Etiopía notaban que era más difícil tranquilizar a sus cabras cuando éstas comían semillas de cierto arbusto así que la curiosidad los llevó a probar las semillas de dicha planta. De inmediato notaron los efectos estimulantes que tiene la cafeína en el cuerpo y comenzaron a masticar las semillas de café en cuanto se sentían cansados. Pero fue en el Islam en donde se les ocurrió tostar los granos para hacer con ellos una bebida que fue ampliamente utilizada en actos religiosos que duraban hasta muy entrada la noche.
Si yo hubiera vivido en otra época, digamos por ahí de 1500 a 1600, mi adicción al café ya hubiera sido firmemente castigada por los puritanos religiosos que argumentaron en su tiempo, que el café “es nocivo para la salud, volvía distraídos a los hombres, los mantenía alejados de sus ocupaciones y los intoxicaba”. Incluso hubo esposas angustiadas porque el café disminuyera la potencia sexual de sus maridos. La incertidumbre que generaba el consumo del café provocó que en varias ocasiones trataran de prohibir su consumo tanto en el mundo árabe como en Europa, todas sin éxito.
Hoy en día sabemos que la cafeína aumenta los niveles de concentración, por lo que es útil si planeas quedarte despierto toda la noche sobre todo haciendo tareas repetitivas; y no es por nada que muchos productos que aumentan el vigor sexual contengan, entre otras cosas, cafeína. Sin embargo como ocurre con cualquier otra droga, es posible experimentar reacciones adversas con altas dosis, sobre todo cuando provienen de bebidas energéticas ya que causan taquicardia, dificultad para respirar, convulsiones y alucinaciones.
También está el efecto contrario: cuando no consumes suficiente cafeína. Yo supe que era un adicto cuando quedé una semana entera sin probar una sola gota de café. Tenía unas ganas incontrolables de una buena taza de café, me dolía la cabeza y estaba más cansado e irritable de lo normal. Lo que yo experimenté en ese entonces es algo que les ocurre a todos los adictos cuando dejan de consumir su droga llamado síndrome de abstinencia, aunque los síntomas son más leves tratándose de la cafeína y no les ocurre a todos los que dejan de consumirla.
Al igual que muchas personas en el mundo no me es posible imaginarme un día cotidiano sin un buen café, e incluso dicen que el café ha moldeado a la sociedad moderna. Alrededor de un café se puede abrir el diálogo, el debate y la comunicación de manera más informal y amena que en una cena pero sin llegar a la confusión que provoca el alcohol. Justo como en las tardes en que, después de varios años, nos sentamos en familia a disfrutar de una buena taza de café.
Referencias
-Lozano et al (2007) Cafeína. Un nutriente, un fármaco o droga de abuso. Barcelona. Recuperado de : http://www.adicciones.es/files/ediFarre.pdf el 23 de Junio de 2015.
-Goodman & Gilman (2009) The Pharmacological Basis of Therapeutics. Mc Graw-Hill. California, EUA.
-Standage (2006) La historia del mundo en seis tragos.
-Dews et al (1999) Frecuency of Caffeine withdrawal. Journal of clinical Pharmacology. Vol.39 N°12. Recupreado de http://onlinelibrary.wiley.com.pbidi.unam.mx:8080/doi/10.1177/00912709922012024/pdf el 23 de Junio de 2015.
Autor: Juan José F. Valdiviezo
Es estudiante de psicología en la UNAM con amplio interés en temas de neurociencia, ciencia ficción. Apasionado del teatro y consume café desde los 12 años.
Ilustración: Aldo Manuel Ríos Morales.
Estudiante de Diseño de la Comunicación Gráfica en la Uam-X. Su pasión por el arte lo ha llevado a realizar murales, ilustraciones, pinturas y hasta performance. Sin un estilo definido y con una filosofía relajada, vive y disfruta de la etapa de experimentación. Ahora se dedica principalmente a comer, beber, ver películas, bailar y dibujar con uno que otro trabajo ocasional.