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La modalidad en la música, la importancia de un escalón.

La modalidad en la música, la importancia de un escalón.

Alguna vez te has preguntado cómo le hacen los compositores para que sus canciones suenen tristes, felices, festivas, reverentes, serias o amorosas.

Para encontrar la respuesta tenemos que remontarnos al periodo barroco de la música, por allá del año 1700. Tras la creación de la ópera, los compositores de la época comenzaron a escribir tratados acerca del poder que la música ejercía sobre las pasiones humanas, a estos se les conoce como la teoría de los afectos. Se decía que los patrones rítmicos, la velocidad de las obras, y principalmente los modos, determinaban el afecto que movería en el escucha.

¿Modos? ¿Y esos qué son?

Primero hay que saber que en la actualidad usamos dos: mayor y menor, y que son herederos de los antiguos modos medievales (pero no entraremos en este tema). Podría decirse que un modo es un tipo de escala musical.

Pensemos en el modo como una escalera: tendrá siete peldaños (cada uno representará una nota) y sobre estos subirá y bajará nuestra canción favorita. El tercer escalón será el más importante en esta analogía, ya que a veces medirá menos; entonces, cuando todos midan lo mismo diremos que estamos en un modo mayor y cuando el tercero sea más corto significará que el modo es menor.

¿Aún no queda claro? No te preocupes, es más revelador saber el ¿cómo suena? Que el ¿qué es?, y por fortuna toda la música que tienes en tu playlist está en modo mayor o menor, sólo es cuestión de saber cuál es cuál.

Un ejemplo muy simple del modo mayor lo tenemos en Las mañanitas, la típica canción mexicana que se canta en los cumpleaños. El carácter de esta pieza musical es alegre, luminoso, festivo. Sabiendo esto ya puedes deducir que Un año de Reik, Girls like you de Maroon5, Ahora te puedes marchar de Luis Miguel y el Concierto para piano número 5, Opus 73, de Beethoven, están en modo mayor.

En oposición, si escuchamos el intro de la icónica serie “The X Files” podríamos decir que es triste, misteriosa, apagada, melancólica, eso es porque está en modo menor. Lo mismo pasa con 7 rings de Ariana Grande, Sunflower de la película Spiderman into the spiderverse, El triste de José José y hasta Despacitode Luis Fonsi.

¿Y qué pasaría si invirtiéramos el modo en una canción? Escucha estos dos ejemplos, verás que te sorprendes:

El ejemplo de los “X Files” en modo mayor puede sonarme esperanzador, mientras que para ti, puede seguir sonando triste o nostálgico. No obstante, no podrás negar que está en modo mayor. Es como aquel meme del vestido, unos dirán blanco con dorado y otros negro con azul, pero no negarán que están viendo un vestido.

Esto es porque cada humano tiene experiencias de vida distintas, que detonan su apreciación musical de manera diversa.

Entonces, no sería del todo correcto decir que: “un modo mayor suena feliz y uno menor suena triste”, en realidad, con práctica tu oído podrá hacerle saber a tu cerebro si la canción que escuchas está en uno u otro modo, pero el afecto que la música moverá en ti dependerá de tus propias experiencias.

Ahora que ya sabes diferenciar los modos quiero contarte una breve historia:

La introducción instrumental de una ópera de Mozart llamada “La flauta mágica” (En el argot musical se les conoce como oberturas a las introducciones de las óperas).

Comenzamos en modo mayor, en el oído del espectador el mundo toma forma a través de tres fanfarrias iniciales. Esta presentación transmite un aire pacífico y solemne que poco a poco se va desarrollando, entran nuevos instrumentos sumándose a la armonía, creando una atmósfera en un tiempo lento y reflexivo; repentinamente los violines rompen la calma, juegan rítmicamente con el tema, la densidad sonora comienza a crecer al integrarse los demás instrumentos de cuerda y poco a poco aumenta la intensidad, de pronto se unen los metales y todo es euforia. Por unos instantes todos pasan al modo menor, creando una oposición que se desvanece con la entrada de las maderas, después de estos conflictos todos avanzan juntos hasta disolverse en tres nuevas fanfarrias que anuncian el regreso del modo mayor y un descanso.

Tras un breve silencio y utilizando la misma melodía, el modo menor consume todo, reconocemos la tonada pero algo ha cambiado, se nota misteriosa, desdeñosa. De pronto se convierte en un dueto entre instrumentos de cuerda y madera, sus voces nos llevan hasta la reincorporación de todos los demás participantes, todos tocan fuerte para dar paso a escalas descendentes de flautas y clarinetes que desembocan en la reaparición del tema principal en modo mayor, luminoso, glorioso. Triunfantes sobre la oscuridad marchan entrelazados todos los instrumentos culminando en tres firmes acordes mayores.

En conclusión, los compositores eligen los elementos necesarios para codificar su mensaje de la manera más clara posible: ritmo, letra, velocidad, modo mayor o menor. Nosotros traducimos ese código en emociones y así podemos decir que, no importa si es en los rasgueos de un mariachi, en el acompañamiento orquestal de una romanza rusa o en la furia frenética de una canción de Therion, dentro de cada obra, se encuentra escondido un universo sonoro que arde por llegar al oído del público, contar una historia y como dice la teoría de los afectos: mover al hombre y sus pasiones, a través de la música.

Autor - Jair Arellano 

Cantante e investigador por la Facultad de Música de la UNAM. Se especializa en música mexicana de concierto, ha participado como solista en óperas y como actor en obras de divulgación científica. Le fascinan las ciencias biológicas, el anime y la comida italiana.

Diseñadora - Lina Lucía Romero Salas

Desde pequeña tuvo inquietud por estudiar artes y al terminar esa licenciatura decidió realizar una segunda licenciatura en biología ya que siempre le llamo la atención la naturaleza. Ha realizado ilustraciones para distintos laboratorios y actualmente da un taller de artes plásticas a niños de primaria.

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Mirando la comida ya fría, dijo:

—No creo que esté hecha con amor.

—No importa, hoy celebraremos como familia, que la vida más o menos sigue como yo quiero, más o menos bien. Esta comida va a salud de un amigo que ya no está con nosotros, que se nos fue pero que nos dejó grandes enseñanzas. Sin él no tendríamos todo esto que tenemos, no tendríamos este conocimiento y esta fuerza de unión. 

Años antes, Lilia había decidido iniciar un pequeño invernadero hidropónico en las afueras de la ciudad. Unos amigos suyos, estudiantes también de la carrera de biología, tuvieron la idea cuando aún estudiaban la universidad; lo iniciaron por entretenimiento, les servía para ocupar su mente en otras cosas que no fueran exámenes parciales y tareas escolares. 

El terreno donde montaron todo era un espacio que había heredado Lilia de su abuela, ella se lo regaló antes de fallecer y le dijo que lo podía usar como quisiera, incluso que si en algún momento se veía en algún aprieto económico lo vendiera. Ella lo conservó vacío por mucho tiempo, no tenía muy claro qué quería hacer con él y tampoco es que contara con los recursos económicos para hacerlo. El terreno se encontraba rodeado por pocos edificios, lo que más había eran casas familiares y una cancha de béisbol de la liga local.

De niña, cuando su abuela se hizo del terreno, iba a esa cancha a ver jugar a los más grandes, mientras su abuela resolvía asuntos relativos a la pertenencia del lugar, aún recuerda a un jugador en particular, se llamaba Manuel, era un estudiante universitario que pertenecía a una organización en defensa de los recursos naturales y que era parte de un equipo de béisbol en la liga de su universidad.   Cuando lo vio por primera vez, él estaba pichando en la parte alta de la novena entrada y le dio la victoria a su equipo con una bola rápida que el bateador no fue capaz de ver. Terminado el partido y cuando ya todos se estaban retirando, Manuel notó el interés de ella en el partido y se acercó a platicar un rato, lo hizo también porque estaba muy cansado y quería estar sentado un rato antes de pedalear el camino de regreso a casa. Hablaron de muchas cosas, él le habló de béisbol, ella de su afición a la música de Atmosphere y su apasionamiento con los libros de J. D. Salinger, él prefería a Manuel Puig y escuchar música instrumental. Entre plática y plática, le recomendó que cuando pudiera, usara ese terreno para hacer un invernadero hidropónico.

— ¿Hidroponía, qué es eso?

— La hidroponía es una técnica de cultivo que no utiliza el suelo para sembrar, ¿has visto cómo las plantas necesitan tierra, agua y sol para poder vivir? Pues lo que hacemos en la hidroponía es quitarles la tierra y hacer que las plantas crezcan solo con ayuda del agua y del sol. Lo que sí es importante tener en cuenta es que el agua que les administramos no es agua normal. Es una disolución de diferentes sales que son nutritivas para la planta, ¿ubicas la sal que usamos para “darle sabor” a los alimentos?, pues es casi lo mismo; las plantas necesitan estas sales (que no son las mismas que consumimos nosotros, no te vayas a confundir) para crecer y alimentarse. 

Ahora, los beneficios de esta técnica es que podemos llevarla a cabo casi en cualquier lugar, y por cualquier lugar me refiero a cualquier lugar: desde un invernadero, la azotea de tu casa, e incluso el terreno ese que tiene tu abuela allá enfrente. 

— El terreno de mi abuela, ¿cómo, si está pavimentado? 

— ¿Qué te acabo de decir?, en la hidroponía no necesitamos tierra para que las plantas crezcan. A lo más necesitas unos tubos PVC, de esos que venden en la tlapalería, una bomba de agua, como las que están en las peceras, una manguera y una cubeta. Y ya, tan simple como eso.  Pones en la cubeta el agua con las sales nutritivas, en el fondo metes tu bomba conectada a tu manguera y haces que la manguera haga fluir el agua por todo el tubo, y el tubo en realidad tendrá dos funciones: hará que el agua se transporte y tambien servirá como sostén de tus plantas.

— Entonces, ¿meto las plantas en el tubo?

—No, haces orificios a lo largo del tubo y en ellos colocas las plantas en pequeñas macetitas de plástico. Mira, creo que será más fácil que entiendas si un día te das una vuelta por el invernadero que tenemos en la universidad. 

Y a partir de ese día, Lilia empezó a ir al invernadero de la universidad, al principio iba de visita, pero cuando le pidió a Manuel y a sus compañeros que le enseñaran todas las cosas que hacían para cuidar y sembrar las plantas, le dijeron que si quería aprender tenía que participar en las tareas del lugar. Le enseñaron a realizar la composta, a diluir las sales nutritivas en cantidades exactas, los tipos de plantas que crecían bien con mucho sol o con resolana, la manera en cómo germinar las plantas, incluso le enseñaron a hacer macetas con llantas viejas. 

Así fue llevando varias de sus tardes de secundaria, salía de la escuela y se iba directo a la universidad. Por lo regular, para la hora en que ella llegaba, la mayoría de las tareas del invernadero ya estaban hechas. Pero le tocaba revisar si no había caído alguna plaga en las lechugas, revisar si los sistemas de riego seguían funcionando correctamente e incluso se ponía a pesar las sales de la solución nutritiva, las metía en bolsas y las etiquetaba para los días en que se iban a usar.

Cuando terminaba de hacer todo eso, se ponía a hacer sus tareas de la escuela. En el invernadero tenían una pequeña oficina, era más bien una especie de bodega que hacía las veces de oficina. En ella guardaban todos los materiales necesarios para el invernadero y habían acondicionado un espacio donde tenían un escritorio, un par de sillas, una grabadora y un televisor que tenían casi todo el tiempo encendidos. 

Muchas veces, los demás miembros del grupo le habían dicho que fuera a la biblioteca de la universidad a hacer su tarea.

—Está más tranquilo allá, no tienes que estar acá todo el tiempo. Hay unas mesas bien grandes, hay muchos libros que te pueden incluso servir y además de que no tienes que estar soportando el ruido del televisor o de la grabadora. 

Pero a ella le gustaba estar ahí, cuando tenían la grabadora puesta casi siempre tocaba música Lo-Fi, música grabada en baja fidelidad que sonaba a que había sido grabada en el patio trasero de alguna casa o en algún estudio de grabación de bajo presupuesto. Por lo regular era música grabada en casetes, y Lilia llegó a leer algunos de los artistas que ponían en la grabadora, así conoció a Nujabes, Grimes, Beck, Mac DeMarco, etc. Entre los casettes que más le gustaban se encontraban los Ep´s de Eevee, el Harbor LP de Tomppabeats o el LP Gentle Boy de Elijah Who. La música que ponían siempre era muy tranquila, con ella podía concentrarse en sus deberes, eran sonidos bajos y melodías simples; su música siempre la transportaba a tardes de lluvia, un poco melancólicas y frías. 

Tiempo después de que su abuela falleciera, Lilia (ahora ya estudiante universitaria) decidió iniciar el invernadero en el terreno frente a la cancha de béisbol. Con sus demás compañeros de la carrera empezaron a vender dulces, panes y chicharrones entre clase para ahorrar un dinero y poder empezar el cercado del terreno, la construcción de las estructuras básicas y conectarse al sistema de drenaje. Les tomó más o menos año y medio poder juntar para todo eso, pero cuando por fin lograron establecerse, notaron que tenían un espacio muy prometedor y el barrio era bastante tranquilo en comparación con otros barrios de las afueras. 

Comenzaron de a poco y por afición plantaban cosas para su propio consumo, como lechugas, jitomates y chiles verdes; también plantas de olor, como la menta, la hierbabuena y el romero. 

Establecieron horarios para el cuidado del invernadero de acuerdo a sus horarios en la escuela, siempre procurando que en ningún momento se quedara solo el lugar y cuando no era posible que alguien más estuviera, Lilia siempre dejaba de hacer cosas por cubrir esas ausencias.

Le gustaba mucho estar ahí, iba casi diario, aun cuando no tuviera alguna comisión ese día. Ayudaba en lo que hiciera falta y cuando no había muchas labores que hacer, se sentaba a leer en un escritorio que tenían. Estaba en una oficina que construyeron reproduciendo la que había conocido en el invernadero de la Universidad, solo que en esta no tenían televisor. 

Se acostumbró a leer mientras escuchaba música, y esa pequeña oficina, de a poco, empezó a parecerse a una biblioteca. Sus compañeros casi siempre dejaban sus libros de la escuela ahí, o los libros que leían por cuenta propia. Así, se podían ver tomos de literatura soviética de  Makárenko, Lenin, Gorki o Krúpskaya. También había de Haruki Murakami y Banana Yoshimoto; había de Alice Munro, la escritora canadiense ganadora del premio Nobel, el libro de Éramos unos niños de Patti Smith, una biografía de David Bowie, unos cuantos de Stephen King y unos más de ciencia ficción y horror. 

No se podían quejar, trabajaban en el invernadero, estudiaban y leían lo que querían, llevaban una vida tranquila, con pocas preocupaciones y siempre que se aburrían de estar en ese lugar, cruzaban la calle y jugaban a cachar la pelota en el campo de béisbol.

En la cancha de béisbol, Lilia casi siempre se encontraba a Manuel (ya graduado pero aún trabajando en la universidad y en el invernadero). Él iba por las tardes, unas tres o cuatro horas, a hacer ejercicio sobre todo, pero cuando ella estaba ahí con sus amigos, cachaban la pelota o jugaban un partido rápido.

Manuel siempre cargaba con el equipo necesario de béisbol, lo hacía en uno de esos costales que se usan comúnmente para transportar frutas, solía cargar un par de bates, cascos, un peto para el cátcher y pelotas usadas, y las llevaba porque siempre estaba dispuesto a organizar un mini partido con las personas que quisieran jugar.

Así, se empezó a hacer costumbre ir por las tardes a la cancha para jugar con Manuel, siempre lo encontraban dispuesto a ayudar y entre entrada y entrada podían hablar del invernadero, de cómo mejorar y cómo sacarle el mayor provecho. Años atrás, desde que Lilia lo ayudaba en el invernadero de la universidad, Manuel se había convertido en un hermano para ella, empezó a tomarle cariño por su manera de ser, tan real en todo momento y siempre hablando de manera directa. Se llevaban muy bien, y con los años había llegado a tomarle verdadero aprecio. 

Por eso, cuando un día no se presentó en la cancha, se supo que algo no andaba bien. Fueron a su casa y ahí solo les dijeron que se había ido sin decir mucho, que había tomado sus cosas y sin apenas decir un adiós había salido como un día cualquiera. En el invernadero de la Universidad le dijeron que avisó que tenía unas cosas urgentes por atender y que no podría seguir apoyando más. Solo dejó atrás sus libros y sus casettes de Lo-Fi.

Le pareció a Lilia que Manuel no quería que lo siguieran, a donde sea que se hubiese ido quería ir solo y no quería que nadie se enterara del lugar. Ella entendió, y fue por eso que decidió improvisar una pequeña comida en la cancha de béisbol. Todo fue muy rápido, tuvo que llamar a sus conocidos y amigos, y compró una comida precocinada, de esas que venden en los supermercados y que no son particularmente ricas, pero ella sabía que eso no era lo importante, lo que importaba era reunirse en honor de Manuel y de su memoria. Así, se encontraron esa tarde todas las personas que conocieron a Manuel, comiendo en su nombre. 

– Quizás no lo llegué a conocer tanto como me hubiese gustado, pero el tiempo que compartimos, en el invernadero, en esta misma cancha, jugando por interminables horas me enseñó a valorar su presencia y me hace sufrir ahora su falta. Sí, se nos adelantó, pero acá nos quedamos nosotros, nos quedamos felices, vamos a seguir trabajando y vamos a seguir jugando béisbol, para no olvidarnos de él nunca y hacerle saber, donde sea que esté ahora, que nos quedamos con su imagen siempre presente y que nunca, pero que nunca lo vamos a olvidar. 

Al conocerlo no tuvimos suerte, fuimos afortunados, estoy segura de eso [1].

Autor - Luis Alberto Hernández Canales

Egresado de la Facultad de Química de la UNAM. Creador de contenidos en la Bombilla. Entre sus intereses se encuentran: leer, comer y escuchar música. Piensa que se siente bien estar vivo

Diseñadora - Lina Lucía Romero Salas

Desde pequeña tuvo inquietud por estudiar artes y al terminar esa licenciatura decidió realizar una segunda licenciatura en biología ya que siempre le llamo la atención la naturaleza. Ha realizado ilustraciones para distintos laboratorios y actualmente da un taller de artes plásticas a niños de primaria.

Referencias:

Si quieres saber más sobre la técnica Hidropónica, puedes revisar la siguiente página:

https://hidroponia.org.mx/

[1] Parte final de la canción Fortunate de Atmosphere, la frase completa es: 

We’re not lucky, but we’re fortunate

I’m pretty sure of it

And all the life we wasted trying to make some bread

Might’ve been better spent trying to raise the dead

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Los monos intertextuales

Los monos intertextuales

En mayo de 2012 se proyectó en las salas de cine la película Los vengadores, de Joss Whedon, que enlaza varias películas de superhéroes del universo de Marvel como Iron Man (2008), El increíble Hulk (2008), Iron Man 2 (2010), Thor (2011) y Capitán América: el primer vengador (2011).

En esta película, los vengadores se reúnen por primera vez, reclutados por la agencia de inteligencia, espionaje y antiterrorismo S.H.I.E.L.D., para detener la amenaza que representa Loki, el hermano de Thor, y así evitar la destrucción del planeta tierra. Cuando los vengadores, recién conformados, se encuentran  en la base de S.H.I.E.L.D. para planear como detener a Loki, aparece en escena Nick Fury, director de la agencia de espionaje diciendo:

“El cubo es la fuente de poder de Loki, quiero saber cómo lo usó para transformar a dos de los hombres más brillantes en sus fieles monos voladores”.

A esto, Thor alega que no entiende por qué se hace mención de unos monos voladores, pero el Capitán América responde con la frase “Yo sí entendí la referencia”. Puedes ver aquí la escena completa.

    Esta parte, como casi toda la película, está plagada de situaciones que después se convertirían en memes famosos, pero es este, el del Capitán América, el que resulta en especial interesante porque nos habla de la característica principal de la cultura contemporánea, la existencia de “referencias”, es decir de la relación entre dos o más productos culturales que están relacionados entre sí, y es esta relación el objeto de estudio de la teoría intertextual, desarrollada por el filólogo ruso Mijaíl Bajtín durante el siglo XX.

El problema surge cuando esta relación entre productos culturales no es clara y es lo que la escena en cuestión de Los vengadores también nos ejemplifica.

Cuando Nick Fury menciona a “los monos voladores” se está refiriendo a los monos ayudantes de la bruja malvada del oeste, personajes de la película El Mago de Oz, que se estrenó en 1939. Como se puede ver en la película “Capitán América: El primer vengador”, Steve Rogers quedó congelado durante la Segunda Guerra Mundial, que se desarrolló entre 1939 y 1945, por lo que tuvo la oportunidad de ver El Mago de Oz, para posteriormente presumirnos que él sí entendió la referencia.

Por esto, es normal que Thor se muestre confundido, si tenemos en cuenta que él no es de este planeta sino de Asgard. El dios del trueno no tiene los conocimientos culturales correctos para entender la referencia al igual que mucha gente que simplemente no había visto El Mago de Oz y tuvo que preguntar en foros y redes sociales para que los demás les compartieran ese pequeño pedacito de información faltante que completa el rompecabezas intertextual.

A propósito de los monos voladores, en el noveno episodio de la quinta temporada de Los Simpson, titulado “La última tentación de Homer”, ese episodio que todos recordamos porque Homero se ve en la difícil situación de dejarse llevar por el deseo hacia su compañera de trabajo Mindy, que en Latinoamérica conocemos como Margo, o serle fiel a su esposa, sucede otro hecho con el que podemos volver a El Mago de Oz.

Los monos voladores de El Mago de Oz                                                     

Los monos voladores del señor Burns

Cuando Margo y Homero se encuentran en el hotel de la Convención Nacional de Energía, a ella se le ocurre llamar a servicio al cuarto. Es entonces cuando una alarma suena en la oficina del avaro señor Burns. Para impedir que sus empleados gasten de más, Burns tiene su propia versión de los monos voladores, cual bruja malvada del oeste, aunque al final estos resultan ser un verdadero fiasco. Puedes también ver la escena acá.

Con todo esto es normal afirmar que ningún producto cultural es original o único porque todos se basan en otras ideas y conceptos a los que hacen alusión, parodian o citan. Cuando se entiende la intertextualidad implícita que existe en todos lados se comienza a entrever poco a poco el gran tejido de actos y obras artísticas que, mediante diversos elementos significativos, crean nuestra cultura y nos conforman como seres humanos.

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Diseñadora - Linda Soley Silva

Diseñadora egresada de la Facultad de Artes y Diseño con gusto por los medios de comunicación, las ciencias naturales, el arte, los museos y las expresiones culturales de la caótica ciudad de México. Actualmente estudia una especialidad en animación 3D.

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Un día a la vez, un universo a la vez

Cuando era joven trabajaba vendiendo café en mi natal Guanajuato, lo vendía de casa en casa con la ayuda de un contenedor amarrado a mi espalda. Era un aparato peculiar, a simple vista daba la idea de que era una mochila metálica, como esas mochilas que usan los motociclistas para no romper sus pertenencias en caso de una caída a gran velocidad. Pero mi “mochila” era en realidad una cafetera móvil que podía contener hasta diez litros de café, el cual se servía por una manguera que salía desde la parte baja del contenedor y se sostenía por delante a la correa derecha. Todas las mañanas me levantaba muy temprano para preparar el café y salía a venderlo a la hora en que la gente se dirigía al trabajo o a la escuela.

La mayoría de las personas me conocían y sabían que, además de no dar caro, servía un buen café; gracias a esto terminaba de vender mi producto relativamente rápido, esto era una ventaja  porque así podía cursar la escuela preparatoria por las tardes y me quedaba tiempo de, por las noches, hacer mi tarea mientras prepara todo lo necesario para el café del día siguiente.

Yo mismo era adicto al café, no podía empezar mi día sin tomarme al menos una taza, y por las noches cuando me encontraba cansado podía contrarrestar los efectos de este cansancio con ayuda de otra taza. Por ahí había leído que el café contenía cafeína, una molécula que inhibe a otra molécula, esta última conocida como adenosina, que se libera cuando estamos cansados y sirve para ayudarnos a descansar mediante el sueño. Además de inhibir a esta molécula, la cafeína también activa al cuerpo mediante la liberación de adrenalina. En resumen, la cafeína contenida en el café nos quita el sueño y nos da energía.

Me mantuve vendiendo café por casi cinco años, pero tuve que dejar de hacerlo porque me mudé al deefe para estudiar la carrera de matemáticas en la unam. Mi plan era que al terminar la carrera regresaría a mi pueblo para dar clases en la secundaria de allí y también ayudar en la siembra a mi padre, cuidar de él y  también de mi madre.

Al final mi plan no terminó siendo como lo había planeado, esos años universitarios me marcaron de por vida, desde que entré el primer día a las aulas supe que no quería salir de ellas nunca más, quería seguir aprendiendo toda mi vida y verme rodeado de todas esas personas que estaba por conocer. Y así lo hice, después de titularme logré ser adjunto en las clases de ecuaciones diferenciales I y II y años después logré ser profesor titular de esas materias y de un par más.  Después de eso mi vida como académico fue lo más gratificante que me haya pasado, todos los días me transportaba en bicicleta a la universidad y en ella me quedaba la mayor parte del día. Si no me encontraba en el salón de clase rodeado de mis alumnos se me podía ver por mi cubículo, siempre leyendo o escribiendo o preparando exámenes. Mis compañeros y alumnos nunca dejaban de sorprenderme, siempre había algo de qué hablar o algo que hacer.

Pase muchos años de mi vida con ese ritmo, durante el periodo escolar me dedicaba de lleno a impartir mis materias y en las vacaciones viajaba a ver a mis padres al pueblo. Iba a verlos todos los años y siempre les ayudaba a mejorar la casa, a veces encontraba un piso que se podía mejorar, un baño al que le hacía falta cambiar el drenaje o simplemente arreglar el pasto del patio.

Un año en particular, no hace mucho, todo se detuvo para mí; de pronto dejé de existir por un evento nada afortunado y desperté en este lugar desde el que escribo estas líneas.

Es un lugar bastante extraño, no sabría explicar bien qué es o en qué lugar y tiempo se encuentra; para mí se presenta como la casa de mi infancia, una casa de un solo piso en la que puedo salir de mi cuarto e inmediatamente oler la comida que mi mamá cocina. Aquí me desenvuelvo ahora, por las mañanas acompaño a mi papá a la siembra o cosecha (dependiendo de la temporada), en las tardes siempre arreglamos la casa con mi mamá y en las noches platicamos de muchas cosas.

A pesar de que en apariencia llevo una vida normal sigo sin saber bien qué es este lugar porque a partir de él, y con solo desearlo, puedo moverme entre los infinitos universos que se están desarrollando de manera paralela. Así he podido moverme de un universo a otro, siempre siendo espectador, pero viviendo en carne propia lo que mi otro yo de ese universo está viviendo.

En la mayoría de los universos soy yo, es decir soy ser humano, pero en otros no. Por ejemplo, en uno me encontré a mí mismo siendo un leopardo que estaba cazando una gacela.

Estaba escondido en la hierba alta de un vasto pastizal que se extendía bajo un inmenso cielo, la estuve observando durante toda la tarde, analizando cómo se movía, qué hacía cuando escuchaba un ruido y hacia qué plantas se acercaba para comer. Después de una paciente espera, ya el cielo pintaba múltiples estrellas, me abalancé sobre ella y la maté con una rápida mordida a su cuello. Apenas y emitió un sonido, fue un leve estertor que se perdió entre los sonidos de la noche.

No tengo claro cuánto tiempo me mantuve dentro de esa realidad, pero me gustaba mucho estar así: me preocupaba por sobrevivir y mi instinto me guiaba en todo momento.

En otro universo era una majestuosa águila, todas las demás aves se sentían intimidadas cuando me veían bajar en picada desde lo alto. Lo hacía con una agilidad y rapidez impresionantes, desde las alturas lograba ver a mi presa, sentía el viento a mi alrededor y cuando encontraba una ráfaga apropiada la aprovechaba para descender hacia mi alimento.

En un universo, en el que si era humano, vivía en el territorio que conocemos como continente americano. Éste se encontraba organizado de modo tal que los obreros y campesinos trabajadores constituían organizaciones de muchos miembros y en ellos recaía la organización del continente, la administración de la economía y la dirección de la producción. Como la región contaba con muchos recursos naturales y se manejaban de forma responsable, el continente se mantenía en claro crecimiento. Yo, o mejor dicho mi otro yo, también se desempeñaba como profesor, ahí la educación era gratuita y en todos los programas educativos se reforzaba el trabajo para el bien común, más allá del individualismo competitivo. Enseñaba cálculo por las mañanas y en las tardes cuidaba de un jardín comunitario que se encontraba a unas cuadras de la Universidad; en este jardín plantábamos todo tipo de árboles frutales y los cosechábamos en su temporada: de enero a marzo recogíamos manzana y hacíamos yogur o licuados con avena, de marzo a junio podíamos hacer agua de mango fresco y el último semestre del año podíamos hacer jugo de mandarina y comer dulce de guayaba. Nos manteníamos unidos y siempre quedaba tiempo para convivir con los demás, ya que al repartir las tareas de manera colectiva estas se completaban con mayor rapidez, lo que permitía tener más tiempo de esparcimiento. El tiempo que me mantuve en este universo fue un tiempo de paz.

En otro de mis viajes, es raro decirles viajes porque formalmente no lo eran, me tocó llegar a una civilización que había logrado mejorarse al punto en que los seres humanos podían realizar la fotosíntesis. Allí los seres humano eran de color verde, como los extraterrestres que describen muchas de las novelas de ciencia ficción que he leído, pero eran verdes porque, al igual que las plantas, contaban con cloroplastos que llevaban a cabo la fotosíntesis con ayuda de unas proteínas especializadas que absorbían la luz solar y la transformaban en moléculas energéticas que después aprovechaban para transformar los nutrientes que consumían. De esta manera, los seres humanos no tenían que ingerir tanta comida ya, hecho que se veía reflejado en la complexión física que era más bien delgada. Aunque, para ser justos, al perderse el proceso de alimentación también se había perdido ese evento social de “ir a comer con alguien”, acto que más allá de ser para “ir a comer con alguien” siempre nos ha servido para conocer al otro. Esta falta de verse con otras personas compartiendo la comida había disminuido las relaciones humanas; ya casi no existían los amigos, no se respiraba ese espíritu de preocuparse por el otro o de echar una mano a alguien. Basta decir que no duré mucho en ese lugar, me entristeció mucho mantenerme ahí.

Hubo un universo muy raro, cuando aparecí en él me mantuve todo el tiempo arriba de una rueda de la fortuna, acompañado por un oso de peluche. Era un oso de esos famosos Teddy, su particularidad era que este oso de peluche tenía conciencia y se mantenía diciéndome cosas al oído. Estas ideas iban desde lo más rebuscado hasta lo más trivial y casi nunca tenían relación una con otra. La ciudad en la que se encontraba la rueda de la fortuna era extraña, cuando estábamos en la parte baja de la vuelta, se apreciaba una ciudad rural, se apreciaban grandes extensiones de maizales; pero cuando estábamos en la parte más alta de la rueda, la vista era de una ciudad gris con grandes edificios y mucha gente amontonada en ellos. Todo era muy extraño, nada tenía lógica, aun así me mantuve dando miles de vueltas, sin marearme, sin sentir hambre o cansancio. Me sentía tranquilo en la presencia del oso y él no parecía querer hacerme daño, solo se preocupaba en enseñarme.

He ido a muchos más universos, unos más extraños que otros, y he visto muchas cosas, éstas me han enseñado demasiado y mi conciencia se ha expandido a niveles que nunca creí posibles. He conocido lugares indescriptibles y personas excepcionales de las cuales pueda hablar quizás en otro relato.

Pero por mucho tiempo que viaje o por mucho que me ausente, siempre regreso aquí, a mi casa. A mi única casa, esta casa donde crecí y en la que me encuentro con las personas que más he querido. Y a pesar de poder ir a todos esos universos hay uno al que ya no puedo volver, es el primero que habité, aquel en el que ya no existo. Eso no me pone triste sino todo lo contrario, sé que en él dejé muchas personas, más de las que puedo contar con las manos, que siempre me tendrán presente y en quienes, de un modo u otro, dejé mi huella grabada. Creo que en parte se debe a que siempre traté de predicar con el ejemplo, tratando de alejarme de esa idea de la enseñanza individualista, y enseñando para el bien común, siempre tuve claras las palabras de Makárenko:

“…la participación activa en el proceso de aprendizaje y formación de la colectividad reporta felicidad humana, tanto al educador como a los educandos.” [1]

Y es así, muchas de las cosas que hacemos con el otro tienen una importancia enorme de la que a veces no nos damos cuenta. Nuestra persona siempre crecerá cuando compartamos con los otros lo que tenemos, cuando enseñemos lo que sabemos y estemos atentos a lo que el otro tenga que decir. Este hecho es tan cierto que, como en mi caso, nos seguirán recordando aun cuando ya no estemos; ya lo dice la canción:

“No se muere quien se va solo se muere el que se olvida” [2]

 

Referencias

[1] Makárenko A, 1977, “La colectividad y la educación de la personalidad”, Moscú, URSS, Ed. Progreso.

[2] Letra de la canción “El primer trago” del cantante venezolano Tyrone Gonzales “Canserbero”

 

 

Autor 

Luis A. Hernández Canales. [author] [author_image timthumb=’off’]https://labombillailuminarte.org/wp-content/uploads/2018/11/fto-e1543271268267.jpg[/author_image] [author_info]Egresado de la Facultad de Química de la UNAM. Creador de contenidos en la Bombilla. Entre sus intereses se encuentran: leer, comer y escuchar música.

Piensa que se siente bien estar vivo.[/author_info] [/author]

Diseño

Lina Lucía Romero Salas [author] [author_image timthumb=’off’]https://labombillailuminarte.org/wp-content/uploads/2017/11/Foto-15-Lina-Romero.jpg[/author_image] [author_info]Desde pequeña tuvo inquietud por estudiar artes y al terminar esa licenciatura decidió realizar una segunda licenciatura en biología ya que siempre le llamo la atención la naturaleza. Ha realizado ilustraciones para distintos laboratorios y actualmente da un taller de artes plásticas a niños de primaria.[/author_info] [/author]

 

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Conociendo al monstruo: El hombre anfibio de The shape of water

Guillermo del Toro, en su más reciente cinta, nos presenta una historia de amor tan especial como cada uno de sus protagonistas: Elisa, una mujer incapaz de hablar y un monstruo que yace prisionero.

Dicha criatura (que nunca recibe nombre durante la película) aparece en los créditos finales como Anphibian man, pero, ¿por qué? Si su cuerpo cubierto de escamas y las aletas en sus extremidades nos hace creer que dicho ser tiene más parecido a un pez que a otra cosa.

Pero ¿qué sabemos del monstruo?

Del Toro ha mencionado que Anphibian man se inspira en la criatura de El monstruo de la laguna negra (1954), cinta de terror que habla de un ser humanoide con rasgos de anfibio y pez, descubierto en una exploración en el Amazonas (tal como a Anphibian man) por un grupo de científicos, que tienen gran interés en dicha criatura pues representa un hallazgo evolutivo en la transición de organismos acuáticos a terrestres.

Por lo anterior, que un ser como el Anphibian man tenga rasgos de pez, no es coincidencia, ya que, evolutivamente, los anfibios provienen de peces con aletas lobuladas, es decir, éstas son extremidades carnosas. Los anfibios primitivos conservaban agallas y escamas, y en lugar de aletas ahora había patas con dedos, lo que nos recuerda el aspecto de la criatura de Del Toro.

Otro aspecto interesante del monstruo es la forma en la que respira. Durante la llegada de la criatura al laboratorio secreto, se menciona que a pesar de estar prioritariamente en un tanque con agua, también tiene la capacidad de respirar en la superficie, lo que nos remite precisamente a los anfibios.

Los anfibios son animales vertebrados que pueden respirar gracias a pulmones, pero también por medio de su piel, que está cubierta de diminutos poros por donde entra el oxígeno.

Estos animales necesitan vivir en lugares templados y tropicales (¿recuerdan el lugar de donde proviene el Anphibian man?) ya que esto ayuda a que su piel permanezca húmeda, lo que es importante para la respiración.

También hay anfibios que, a pesar de tener pulmones, prefieren habitar en un ambiente acuático, razón por la que utilizan branquias para respirar, como el ajolote, y ente caso, también como el Anphibian man.

Las branquias son estructuras respiratorias que ayudan a cubrir la demanda de oxígeno de diversos organismos acuáticos mediante intercambio gaseoso: el oxígeno disuelto en el agua es captado por las branquias y lo pasa a la sangre, que distribuye todo el oxígeno a los tejidos del organismo, finalmente, como resultado de la respiración celular, se produce CO2 que es liberado al medio.

Ahora, si hablamos de reproducción, los anfibios necesitan de un cuerpo de agua, ya que es ahí donde depositarán sus huevecillos, y si recordamos, nuestro querido monstruo anfibio habitaba en un río.

Los huevecillos de anfibios no poseen una protección (o membrana) que los proteja, principalmente de la desecación, es por esa razón que requieren estar en cuerpos de agua generalmente dulce.

Y ¿cómo ocurre la fecundación?

Por lo general, la fecundación es externa, es decir, el macho y la hembra descargan los gametos (células sexuales) en el agua y allí se forman los embriones.

En los anfibios que tienen fecundación interna, el macho se coloca frente a la hembra y libera sacos con espermatozoides, la hembra se acerca y los introduce en su cuerpo. Y de acuerdo a lo descrito por Elisa en The shape of water, el Anphibian man podría entrar en este grupo.

Finalmente, conocemos ese poder que tiene para regenerarse y de cierta forma, para devolverle al cuerpo eso que ya ha perdido (el cabello de Giles o las branquias de Elisa), lo que recuerda inmediatamente al ajolote, único anfibio capaz de regenerar extremidades de su cuerpo. ¿Quién sabe? Quizás el poder del Anphibian man es un guiño a este increíble animal.

Quizás es una exageración, pero así de asombrosos son los anfibios, así de asombrosos son los seres vivos que nos rodean, y sólo si estamos dispuestos a conocerlos podremos ver la gran belleza que poseen.

Autor:

Marco A. Rivas Campos. Es egresado de la FES Iztacala de la carrera de Biología.  Cinéfilo, seriéfilo, lector y adicto a los Gummy Bears.  Actualmente se desarrolla en áreas de educación ambiental al mismo tiempo que estudia sobre la didáctica de la biología. Su mayor miedo es que acabemos comiendo Soylent Green.

Diseño:

Lina Lucía Romero Salas. Nací en la ciudad de México, desde pequeña tuve inquietud por estudiar artes y fue al terminar esa licenciatura cuando decidí realizar una segunda licenciatura en biología porque siempre me ha llamado la atención la naturaleza. He realizado ilustraciones para distintos laboratorios y actualmente doy un taller de artes plásticas a niños de primaria.

Referencias:

Magaña-Arce, A. (enero de 2018). El agua con forma de amor. Cine Premiere(280).  24-29.

Solomon, E.P., et al. (2008). Biología (8ª). México. McGraw Hill.

Gil, C. Reproducción de anfibios. Recuperado de

https://anfibios.paradais-sphynx.com/informacion/reproduccion-de-los-anfibios.htm el 09 de febrero 2018.