Autor: BombillaIluminarte
¿Ondas sísmicas?
El tema de la extinción es uno de los que más han llamado mi atención desde que tengo uso de razón; siempre me han gustado las historias de los seres que han poblado la tierra, las ficciones sobre ellos o incluso los procesos de extinción en mundos ficticios.
Esa fue una de las razones por las que decidí comprar el libro Crónicas de la extinción. La vida y la muerte de las especies animales de Héctor T. Arita, editado por el Fondo de Cultura Económica, aunque, la verdad, prefiero comprar libros con descuento (el dinero no lo regalan, pues).
Me complació el texto, ya que es bastante disfrutable tanto para el lector con algún grado de conocimiento en el área de la biología evolutiva como para el público en general. La presentación del libro, sus ilustraciones, narrativa, anécdotas y temas son amenos: se lee con ese gusto que tienen las cosas que son sencillas, pero sin llegar a ser consideradas incorrectas por los estudiados en el tema.
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Cuando estaba en primaria existía un juguete que era la tendencia entre todos los niños de mi edad. Prácticamente todos lo teníamos aunque en la escuela no les agradaba tanto, incluso empezaron a negarnos jugar con él y a confiscarlos, ya sea porque para algunos era peligroso o porque distraían a toda la clase. Pero aún si confiscaban unos 5 al día, a la semana siguiente aparecían más entre los alumnos. Y una razón era que los puestos colocados a la salida de la escuela lo vendían, y a precios muy accesibles, por lo que prácticamente cualquiera los podía adquirir.
No importa de qué generación seas, habrás pensado en un juguete diferente a leer estas líneas, como los resortes slinky, los trompos marca “Cometa”, las bolas tronadoras o taka-taka, los tamagochis, los tazos, los muñecos de Bakugan y una gran variedad de juguetes que a cada generación le recuerdan a su infancia. El artículo de moda en estos días no puede ser otro que los spinners, los cuales han ganado una gran popularidad debido a que tienen algo que otros juguetes no: “los expertos lo recomiendan”. O al menos eso es lo que dicen los que los venden.
Basta subirse al transporte público y escuchar con atención a los vendedores. Palabras más, palabras menos, su slogan de ventas dirá: “El juguete de novedad, el bonito regalo, recomendado por psicólogos para la ansiedad, para el déficit de atención, para la ansiedad, para el autismo”. Como ven, nos lo venden como un producto milagroso, capaz de acabar de un solo golpe con tres problemas diferentes. Analicemos primero qué es el déficit de atención.
El trastorno por déficit de atención (TDA) es un trastorno que aparece principalmente en niños en etapa escolar, es decir de los 5 a los 16 años, o al menos son a quienes les causa mayores problemas ya que los adultos también lo padecen. Sin embargo este trastorno conlleva a mucho debate entre padres, profesores, psicólogos y psiquiatras. Prácticamente no hay ningún otro padecimiento que acarree consigo tantos prejuicios y controversia como el TDA. La historia de los niños con TDA es casi siempre la misma y se repite más de lo que debería.
Si observamos cualquier salón de clases de cualquier escuela del país, encontraremos al menos un niño con bajas calificaciones, muy inquieto todo el tiempo, nunca termina los trabajos, no anota bien la tarea y distrae a sus compañeros. Traten de recordar en su propio salón de clases de la primaria o secundaria, seguro había alguien así o incluso puede que ustedes fueran ese niño. Lo que sigue en esta historia es que el profesor o profesora del grupo, hartos de lidiar con ese comportamiento, llaman a los padres y dirán la frase “para mí que tiene déficit de atención, mejor que lo vea un doctor”. Los padres, también conscientes del comportamiento de su hijo en casa acuden a un médico o a un psiquiatra quienes, después de hacer algunas preguntas a los padres, diagnosticarán al niño con TDA y le recetará unas pastillas para “disminuir su conducta hiperactiva” (APA, 2014).
Hay muchos puntos en esta historia que se prestan a acalorados debates, incluso entre los expertos; el más importante se refiere al diagnóstico. Cuando un niño entra a la escuela su cerebro y todo su sistema nervioso aún está desarrollándose, por lo que es una edad propicia para que aparezcan problemas de todo tipo, y en muchas ocasiones dos problemas muy diferentes provocan signos muy parecidos o casi iguales. Un problema de conducta en un niño puede significar muchos tipos de afecciones, por ejemplo, falta de maduración cerebral, mala alimentación, problemas de la vista o de la audición y, si, también podría ser TDA.
Pero su diagnóstico no se puede hacer a la ligera, pues incluso un psicólogo o psiquiatra experto necesita tiempo suficiente para lograr diagnosticar TDA sin llegar a confundirlo con otro tipo de trastorno. De hecho, el médico Leon Einsenberg (Castillero Mimenza, n.d.), quien dedicó gran parte de su vida a estudiar este trastorno, declaró antes de morir que “El TDA es un ejemplo de enfermedad ficticia”, refiriéndose a que muchas veces los profesores y servicios de salud diagnostican prematuramente TDA cuando en realidad se trata de otra anomalía totalmente diferente. Actualmente el TDA es uno de un gran grupo de afecciones llamadas “trastornos del neurodesarrollo”, un grupo de trastornos que para un observador inexperto, como muchas profesoras de primaria, se confunden muy fácilmente.
Hasta ahora hemos dejado en claro que la enfermedad es real, pero se suele confundir con otros padecimientos. Entonces ¿qué sí es el TDA? Primero lo obvio, se trata de una dificultad para mantener la atención, lo cual en un salón de clases se traduce en aquellos niños que se distraen fácilmente o que no pueden acabar las tareas o los trabajos. Pero como ya se dijo no es el único requisito para tener TDA, a la vez debe existir impulsividad, por ejemplo actuar sin pensar en las consecuencias a largo plazo, no poder esperar o dificultad para tomar turnos en un juego o interrumpir a otros al hablar, ser irritable o con poca tolerancia a la frustración. Puede o no existir hiperactividad, es decir, movimientos excesivos sin ningún propósito o en circunstancias no adecuadas, como puede ser correr por toda la habitación en círculos, chasquear repetidamente la boca, los dedos o no poder permanecer sentado por mucho tiempo. Aunque estas son pautas generales en el TDA, recuerden que el diagnóstico sólo lo puede hacer un experto.
Otro trastorno que comparte el mismo capítulo en los libros de psiquiatría con el TDA es el autismo. Los desórdenes del espectro autista son, al igual que el TDA, anomalías del neurodesarrollo, sólo que en estos casos el principal problema es la dificultad para interactuar con los otros, falta de empatía emocional y una dificultad general en las habilidades sociales. Si creían que diagnosticar TDA era difícil pues en autismo es aún más, debido al variado repertorio de signos que aparecen; no en balde tienen el nombre de “espectro autista”, dándonos una idea de qué tan variables pueden serlos casos.
Muchos de ellos tienen problemas sensoriales, ya sea que hiperreaccionen a luces, sonidos o texturas y por ende eviten este tipo de estímulos, o por el contrario, que constantemente mente estén buscando estimular alguno de sus sentidos a veces de manera obsesiva. Dentro de los variados síntomas autistas también se pueden observar niños con coeficiente intelectual bajo, con coeficiente intelectual alto, con o sin presencia de tics, con problemas de lenguaje o con léxico avanzado para su edad, con hiperactividad o sin hiperactividad. De hecho existen tres niveles de gravedad según la independencia que puede lograr la persona en su etapa adulta.
El ejemplo más claro de una persona con un trastorno del espectro autista es Sheldon Cooper, el científico de la serie “The Big Bang Theory”, quien a pesar de su alto coeficiente intelectual muestra habilidades sociales nada buenas. Presenta una monotonía excesiva y todo debe estar controlado para él, como la exclusividad en ocupar su sillón. Si le preguntamos a un psicólogo, nos diría que Sheldon presenta un “trastorno del espectro autista sin deterioro intelectual ni del lenguaje” mejor conocido como Asperger.
Ahora, imaginen que son profesores de primaria en un grupo con dos niños diagnosticados con TDA y uno con trastorno del espectro autista, salen de trabajar agotados y estresados por el trabajo con estos niños, que demandan un poco más de atención que un grupo normal, y escuchan al vendedor ambulante gritar “el juguete ideal para el déficit de atención, para la ansiedad, para el autismo”. Intrigados por esa solución mágicamente dispuesta para ustedes, compran un par de esos fidget spinners. El juguete no puede ser más simple: apoyarlo sobre el dedo pulgar y hacerlo girar, sin que se caiga, puedes sostenerlo con dos dedos, sobre uno, incluso sobre tu nariz. Te preguntas si algo así de verdad ayudará a los niños con TDA o autismo. Mientras giras el spinner entre tus manos te pones a pensar en cómo lo podrían usar estos niños, ¿no será más bien que los mantiene entretenidos por un rato mientras los padres se toman un respiro? ¿Los niños no se aburrirán? ¿Podrá este juguete calmar a un niño hiperactivo? El juego parece bastante simple, tal vez por eso es tan popular, pero ¿Y el niño con autismo a quien le encanta ver colores brillantes por horas, le ayudará o más bien le perjudicará? ¿Los padres aprobarán el uso de estas cosas? Te haces todas esas preguntas mientras juegas con el spinner. Cuando te das cuenta ya llevas una hora girando ese pequeño artilugio entre tus dedos. Increíblemente te sientes más tranquilo que cuando saliste de la escuela.
Si nos remontamos a la historia de los spinners veremos que pertenecen a una familia de juguetes llamados “fidgettoys” o burdamente traducidos como “juguetes inquietos”. A este grupo pertenecen las pelotas de goma, los cubos anti estrés, el plástico de burbujas o la masa Play-Doh. Estos juguetes han sido recomendados durante mucho tiempo por psicólogos y terapeutas para ayudar en problemas de atención, hiperactividad y en autismo, aunque por razones diferentes.
Al usar un spinner lo que hacemos en enfocarnos en girar el juguete, en sentir con nuestros dedos el balance que tiene y ajustar nuestros movimientos para evitar que se caiga, sentir y ver la velocidad con la que gira para ajustar el impulso que le damos. Para un niño con TDA que es bastante impulsivo esta tarea le resultará desafiante. Usar un spinner permite enfocar toda nuestra atención en un solo punto por un periodo de tiempo largo, lo cual es justamente lo que se quiere lograr en un niño con TDA. A la larga estos niños lograran tener más control sobre en dónde quieren enfocar su atención y lograrán distraerse menos.
Ahora, si recordamos habíamos mencionado que muchos niños con autismo tienen hiperreactividad sensorial. Si a estos niños les encanta ver cosas brillantes, seguro se sentirán atraídos, así como aquellos con sentido del tacto hiperdesarrollado. Para esto casos específicos, los juguetes de este tipo pueden ser beneficiosos. Incluso ha servido para bajar un poco la ansiedad, cuántos de nosotros no hemos estado un largo rato sentados y nos damos cuenta que hemos estado moviendo el pie desde hace varios minutos, o cuando utilizamos frenéticamente el clic de las plumas una y otra vez. Son estrategias que permiten enfocar nuestra energía en una tarea inútil pero que de otra manera no podríamos sacar ya que la situación no nos lo permite, lo que hacemos a nivel neurológico es lo mismo que usar un spinner.
Sin embargo, muchos critican este tipo de juguetes, y con mucha razón, ya que a la fecha no hay ningún estudio científico que avale la utilidad de los spinners. Hasta ahora toda la información ha sido de forma anecdótica. Cualquier persona que no tenga problemas de atención al usar un spinner sólo logrará distraerse más fácil en lugar de mejorar su atención. Un spinner mal utilizado puede servir como medio de distracción en un niño sano, o bien como una forma de escaparse del trabajo escolar. Aún con niños con autismo o TDA el uso de los spinners no resuelve de inmediato todos los problemas, y no sustituye el tratamiento que pueda dar un especialista. Los tratamientos deben ser individualizados según los intereses y habilidades de cada niño, por eso es imposible que una misma actividad les sea útil a todos los casos con TDA (Biel, 2006).
No hay que estigmatizar a estos juguetes como buenos o malos, sólo hay que saber cómo y en qué momento usarlos, así como no creer en todo lo que nos venden. Aunque sea el juguete de moda y de novedad, recuerden que los spinners en realidad no son nada nuevo en el mercado de los juguetes recomendados por expertos.
-Juan José F. Valdiviezo
Es egresado de la Facultad de Psicología en de la UNAM, tiene amplio interés en temas de neurociencias y ciencia ficción. Actualmente trabaja con niños con problemas de conducta y deterioro cognitivo en usuarios de drogas.
Referencias.
APA. (2014). Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-5 (5°). Editorial Médica Panamericana.
Biel, L. (2006). Fidget Toys or Focus Tools? Sensory Samrts, 12–13.
Castillero Mimenza, O. (n.d.). El mito del TDAH: ¿qué dijo realmente Leon Eisenberg antes de morir? Recuperado de: https://psicologiaymente.net/clinica/mito-tdah-leon-eisenberg-dijo-antes-morir#! el 02 de Julio 2017
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Peligro de spoiler
Si viste la nueva versión de La Bella y la Bestia entonces quizá te preguntaste cómo es que Bella, quien era tan asidua a la lectura y tan lista, no pudo descifrar que su madre murió en una de las tantas olas de peste que azotó a Europa.
Quizá recuerdes una de las escenas de la película donde Bestia le muestra a Bella un libro que le dio la hechicera que lo embrujó. Con la magia del artefacto, quien lo posea podrá viajar al paraje que siempre quiso conocer. Luego de cerrar los ojos, ambos llegan a un pequeño cuarto parisino del siglo XVII. Parece ser media noche y la habitación está sola, sucia y desordenada. Después de cantar, como sucede en casi todas las escenas de la película, Bestia encuentra una máscara con forma de pico sobre una silla y ambos tienen un flashback donde reviven el trágico momento cuando el padre de Bella abandona a su moribunda esposa para proteger a la pequeña de la peste. Mientras esto ocurre, un hombre con una extraña máscara con forma de pico, le da consejos médicos al padre.
La escena plantea varias preguntas: ¿por qué los médicos se disfrazaban de pájaros para atender a las personas?, ¿no había una cura para la enfermedad de la madre de Bella? y, sobre todo, ¿qué diantres es la peste?
Cuando la policía entrevistó a Marta, una joven de 25 años, se dieron cuenta de que ella no recordaba nada de lo ocurrido en los últimos 10 meses, sin embargo, las pruebas eran contundentes: su ADN era compatible con el del recién nacido encontrado en una bolsa hace unas semanas, su cuerpo estaba en pleno estado post-parto y la bolsa donde se encontró al bebé había sido comprada por ella. Pero Marta aseguraba no saber nada de lo sucedido, no recordaba absolutamente nada, ni siquiera estaba consciente de haber estado embarazada. Si ella no mató al bebé, ¿quién habría sido?
Llevo días sin dormir, días en los que me despierto a mitad de la noche sintiendo que me falta el corazón. Hay tardes en las que el miedo me invade, en las que pienso que una vez que me acueste, no me volveré a levantar. Que me quedaré en mi cama por la eternidad. Las noches en las que estoy particularmente cansado, prefiero pasar la noche en vela, haciendo cualquier otra cosa. Y es que si algo es cierto, es que todo el mundo se cansa en algún momento de su vida y este es, para mí, ese momento.
Frío. Terrible frío. Un frío tan intenso que resulta impertinente, implacable. Y no, no es una referencia a la medida de un sistema de baja energía térmica. Es el frío del abandono, la desesperación y la impotencia del pobre pingüino que trabaja todo el día para conseguir peces, llevarlos a su nidito de amor (literalmente un nido, hablamos de un ave) y así alimentar a sus esponjosos polluelos. Le hiela hasta los huesos el sentirse abandonado a su suerte por la ingrata pingüina que lo cambia por otro en su propio nido.
O así lo queremos ver. La presencia omnisciente del nuevo y voluble semidiós de la civilización moderna: el internet, nos trae de la mano de sus concubinas, las redes sociales, una cascada de memes (o también llamada “tren del mame” por los millenials) ante nuestros ojos y mentes, ávidos de desperdiciar tiempo y energía en la más reciente y baladí de las distracciones on-line. Más fútil: decenas de éstos memes basados en un fragmento de video filmado por una muy famosa sociedad norteamericana realizadora de documentales de geografía y naturaleza.